La muerte de Michael Brown no es solo un asunto de abuso policial. Hay un trasfondo más doloroso de cómo en los Estados Unidos las heridas de la segregación racial continúan abiertas y los ciudadanos de este país no han podido cerrarlas porque sienten vergüenza y un grado de culpa histórica, por una parte y por otra, porque las minorías afroamericanas se han usufructuado de ese pecado americano y por décadas han explotado y cobrado con creces, de manera económica y social, la ofensa humana del pasado.
La indignación que ha mostrado la comunidad afroamericana en Ferguson, Misuri, en parte justificada, tiene situaciones que preocupan: Acumulación de casos de abuso policial y delincuencia pandilleril incontrolada, causante de la mayoría de los destrozos, saqueos y vandalismo.
Todavía no se sabe y quizás no se sabrá jamás el contexto real en el que el policía se vio obligado a disparar contra Brown, pero casos como éste ocurren con frecuencia en los Estados Unidos, donde un oficial de la policía tiene que tomar una decisión, de vida o muerte, en segundos. Un dilema entre el respeto a la autoridad o la mano blanda contra un delincuente que, como Brown, desafió al oficial tratando de quitarle el arma y amenazando su integridad.
Estadísticamente la mayor parte de los casos son contra blancos, pero los más publicitados, por obvias razones, son en lo que están involucrados negros.
Recordemos lo que sucedió con Israel Hernández, un joven colombiano de 18 años que murió en agosto de 2013, cuando la policía de Miami Beach utilizó una pistola eléctrica para detenerlo. En ese caso los policías se excedieron. No era necesaria tanta fuerza para capturar a un joven que solo había escrito un grafiti en una pared. Los fornidos oficiales se rieron de él como si fuese el gran trofeo. ¿Quién protestó? La familia y un grupo limitado de amigos.
Brown, el joven de Ferguson, no tenía récord criminal, pero sin lugar a dudas fue un joven mal portado. Era sospechoso de haber robado con violencia una caja de puros en una tienda. Cuando los agentes lo hallaron, obstaculizó el tráfico, se resistió al arresto y agredió e intentó quitarle el arma al oficial de policía. Una de las autopsias reveló que Brown había fumado marihuana.
Las heridas raciales seguirán abiertas porque a los activistas y a la comunidad afroamericana les conviene mantenerlas de esa manera para continuar recibiendo los beneficios que comenzaron a ganar después de la firma, en 1963, del Acta de Derechos Civiles que supuestamente erradicó el racismo. Los blancos consideran como el evento más importante del siglo 20, mientras los afroamericanos creen que las diferencias interraciales siempre existirán. Jamás olvidarán.
El caso Brown abrirá el debate hasta dónde los policías deben actuar como autoridad. Sería injusto con la sociedad que la comunidad afroamericana tuviera más derechos que los blancos y los hispanos o cualquier ciudadano.
Lo más grave de esto es que las minorías se vuelven intocables. Las acciones para contrarrestar delitos podrían ser consideradas como racistas, lo cual les da una virtual libertad e impunidad de hacer lo que se les venga en gana. (Twitter: @RaulBenoit)
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