Las crisis artificiales
Para quienes desde dentro de Estados Unidos –como visitantes temporales–hemos podido presenciar esta semana la omnipresente cobertura mediática del afroamericano que resultó muerto en un confuso incidente con un policía blanco, se nota un contraste que llama poderosamente la atención.
No obstante, el abrumador despliegue televisivo, en las calles la plática de las personas comunes y corrientes –al menos aquí en Baltimore– el incidente ni siquiera captura una mínima conversación.
Las imágenes proyectadas muestran escuálidas aglomeraciones protestando como cualquiera con derechos, pero la apocalíptica narración de los comunicadores no concuerda con la dinámica de las tomas -carnavalescas y risibles a veces- sobre las cuales hasta la persona más despistada podría notar que quienes están sacando de proporción los supuestos disturbios, son aquellos que tienen una agenda de vender a cualquier costo un hecho no definido, y retratar un escenario cercano a una guerra civil en Ferguson, ese remoto poblado de Missouri.
Respetuosamente y sin emitir opiniones que no me corresponden sobre el aludido tema racial y conexos, simplemente planteo la pregunta que cuánto de esa situación ha sido creada -y estimulada más bien- por la atmósfera del show mediático, pareciendo ser más un producto de la ingeniería de la distorsión, que un verdadero escenario de conflicto racial, y aunque notoriamente atractivo para algunos sectores, no tiene correspondencia en la lógica de los acontecimientos observados.
Hasta donde se sabe fehacientemente, ningún otro lugar de la nación estadounidense ha experimentado la mínima demostración de adherencia hacia esa situación puntual, en la cual curiosamente –como se ha señalado—si hubiese sido entre ciudadanos de la misma ascendencia racial, no hubiese representado ninguna noticia; seguramente tampoco tendría lugar la movilización de comunicadores cotizados como verdaderas estrellas de cine, quienes han deslucido por su limitado papel entre tanta palabrería y dramatismo, con lo que las cámaras presentan en forma precisa.
La notoria incongruencia de estas supuestas crisis hace repensar sobre el enorme poder de la comunicación, el cual podría ser más responsablemente aprovechado para debatir –en las sociedades donde este derecho humano es posible– sobre las naturales contradicciones y retos comunes. Estas aparentes distorsiones –juegos de realidad virtual– son también una forma de superficialidad y de la disminución del propósito informativo, que en mi opinión, debería también estar aparejado con un enfoque formativo hacia los destinatarios de noticias.
Vargas Llosa señala en su magnífica obra “La Civilización del Espectáculo”, que la necesidad adictiva de un consumo recreativo de cualquier forma –incluyendo la mutación de los acontecimientos—hace que lo efímero, la vacuidad, la evasión y la distracción sustituyan a la lógica y lo verificable, creando sin pudor ni responsabilidad alguna, esas no-verdades virtuales, que siempre terminan desnudándose por sí mismas.
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