Islamic State or the Faith Catch

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Cuando en 2003 George W. Bush decidió la ocupación militar de Irak como una forma de combatir el terrorismo internacional, Al Qaeda no tenía presencia en ese país. Una década después, el llamado Estado Islámico, un retoño de la rama de Al Qaeda en Irak, controla un territorio que va desde Alepo, en Siria, hasta Faluya, Mosul y Tel Afar, en Irak.

El Estado Islámico cuenta con un territorio y recursos económicos producto de la explotación y venta de recursos petroleros y agrícolas y de toda la gama de acciones del crimen organizado y actos terroristas. Sus dominios abarcan un territorio en el que habitan ocho millones de personas.

Después de una década de ocupación extranjera, ahora sí la presencia del islamismo radical en Irak es un problema mayor. Algo le salió mal a George W. Bush y sus aliados, que ahora los terroristas iraquíes, con diez mil hombres armados, ejecutan en línea a los periodistas estadounidenses.

Pero el problema va más allá de la presencia de tropas extranjeras. La existencia del Estado Islámico, la peor amenaza de la Jihad en tiempos recientes, parece ser resultado de la mezcla de tres factores: la debilidad estatal (lo mismo en Siria que en Irak); el sectarismo por parte del Estado en Irak (lo que gestó un generoso caldo de cultivo para Al Qaeda entre los sunitas) y abundantes recursos económicos, primero proveniente de Arabia Saudita, Qatar y Kuwait, y ahora del botín de guerra.

En tiempos de Saddam Hussein, una minoría suní controlaba la política y el territorio, con un poderoso ejército y un eficiente servicio de inteligencia. Su derrocamiento trasladó el poder a la mayoría chiíta. Quizás los extranjeros occidentales derrocaron al enemigo equivocado y los extranjeros regionales decidieron corregir el error y apoyar a quien estuviera a favor de los sunitas. Al Qaeda aprovechó la inconformidad de los sunitas para enraizarse en la sociedad iraquí e iniciar una nueva Jihad.

El Estado Islámico surge en 2006 y se empieza a posicionar en el oeste de Irak. En 2011, el caos prevaleciente en Siria aparece como la gran oportunidad y un grupo de jihadistas, liderados por Abu Mohamed Al Golani, fundan en el noreste de Siria el frente rebelde Al-Nusra, que se convierte en el grupo rebelde más poderoso, sanguinario y extremista entre los radicales islámicos, lo que le permite apoderarse de territorio y medios de producción y gestar una enorme red de comercio ilegal, crimen organizado y terrorismo en un territorio que se había convertido en tierra de nadie.

Cierra la pinza el líder local del llamado Estado Islámico, Abu Bakr al–Baghdadi, quien decide separarse de Al Qaeda y operar por su cuenta. En junio de este año toma Mosul y proclama como califato al Estado Islámico. Los señores suníes del norte, inconformes con la política sectaria de Bagdad, le brindan su apoyo. El líder de Al Qaeda en Irak, Ayman Zawahiri, les retira públicamente el apoyo en febrero de este año. Los alumnos superaron al maestro en audacia y crueldad.

La pérdida de control territorial le cuesta el cargo a Nuri Al Malaki, primer ministro de Irak, que hace unos días es sustituido por Haidar al Abadi, nuevo hombre en Bagdad de Irán y Estados Unidos —que en esta historia aparecen como aliados— y quien debe enfrentar el extremismo sectario y el desmembramiento territorial en medio de una debacle.

Ahora Barack Obama, sucesor de George W. Bush, busca aliados para combatir a un enemigo más poderoso que Al Qaeda, cuya ley es la fuerza y su justificación la Saira (ley islámica), y que sin miramientos ejecuta a ciudadanos estadounidenses. Alguien en Washington no entendió que la ecuación política-religión, en el mundo islámico, encierra las verdaderas trampas de la fe. Y todo parece indicar que presenciamos el inicio de una nueva guerra.

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