Más de 300.000 personas llenaron este domingo las calles de las principales ciudades del mundo, a las que se sumó Bogotá, para protagonizar la ‘Marcha de los pueblos por el clima’, la mayor concentración conocida en favor de la lucha contra el cambio climático. Se vieron enormes pancartas, se escucharon gritos y arengas, todo como parte de una exigencia multitudinaria dirigida a los más importantes líderes del planeta para que tomen medidas radicales y definitivas para mitigar dicho fenómeno.
Y es que el momento de esta manifestación era justo e inmejorable, porque hoy comenzará en Nueva York una de las más importantes cumbres sobre el clima que se hayan organizado en las últimas décadas, en la que participarán un centenar de jefes de Estado, con el presidente Barack Obama a la cabeza.
El objetivo de la reunión, ideada por el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y que se realiza como parte de las actividades de la 69 Asamblea de la ONU, estriba en que los países anuncien o avalen compromisos que se reflejen definitivamente en la negociación del nuevo tratado para el cambio climático, que deberá aprobarse el próximo año en París (Francia), durante la Conferencia de las Partes (COP 21), acuerdo que regiría a más tardar a partir del 2020.
Esta asamblea en la ‘capital del mundo’, previa a la COP 20 de Lima (Perú), en diciembre de este año –otra escala en todo este proceso–, será el primer encuentro de alto nivel tras el fracaso en Copenhague (Dinamarca), hace cinco años. Y deberá revitalizar y relanzar un proceso de negociación climática estancado hace mucho tiempo, como si hubiera caído en una enorme concentración de arenas movedizas. Parte de ese anquilosamiento se refleja también en la actitud de algunos dirigentes, que, aunque alertan sobre las consecuencias de un medioambiente cada vez más degradado, avalan proyectos en zonas que no es claro si son aptas para proyectos mineros. La transformación del clima –que incluso ya afecta a Colombia con inusuales y repetidas sequías y con largos e intensos inviernos– es un problema serio, mayor, que toca todos los aspectos de la vida humana. Por eso, reunir a tal cantidad de políticos podría ser una de las últimas oportunidades para pedirles un mayor grado de compromiso y comenzar a escribir una nueva hoja de ruta hacia la reducción eficaz de las emisiones de dióxido de carbono, que subieron en 2,3 por ciento en el 2013.
Se exige, por lo tanto, controlar esa contaminación para que la temperatura promedio del planeta no se incremente en más de dos grados centígrados respecto a la época preindustrial, y, además, pueda atenuarse, entre otras cosas, el impacto de los desastres, que causaron tres veces más desplazados que la violencia en el 2013.
Hay buenas intenciones. África propone un corredor de energía limpia entre Egipto y Sudáfrica. El Banco Mundial sugiere crear impuestos para las emisiones de carbono. Estados Unidos anunció que bajará su polución en 30 por ciento antes del 2025. Pero la humanidad no vivirá a largo plazo de pocos y específicos buenos deseos. Hay un desafío mayor y trascendental: se tendrán que reducir las divisiones entre países desarrollados, los mayores emisores y que aún tienen intereses de crecimiento, y los que luchan por crecer y resisten los mayores estragos climáticos, antagonismo que hace tambalear un acuerdo efectivo. No obstante, Nueva York podría abrir la senda hacia consensos que son, ante todo, un sustancial deseo global.
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