Jihadism

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En el contexto de la destrucción de las “Torres Gemelas” de Nueva York, nosotros apoyamos moralmente, abiertamente, al pueblo de los Estado Unidos de Norte América, sin importar quiénes fueran los gobernantes de turno. El dolor traumático de miles de víctimas inocentes, y de sus familiares, llegó al fondo de nuestro corazón. Pero también sugerimos, en aquellos aciagos días, a nuestros amigos y contactos estadounidenses (entonces las relaciones con la embajada “gringa” eran muy fluidas) que evitaran en lo posible invadir el territorio de Irak. Ante las preguntas sobre la sana y sincera sugerencia, la explicación que nosotros ofrecimos es que en Irak, y en otros países musulmanes, existía una rivalidad sangrienta, de centenares de años, entre “chiítas” y “sunnitas”, con facciones y rebrotes fundamentalistas en ambos bandos. Apoyarse en cualquiera de los dos grandes bandos (para desmantelar un gobierno peligroso pero laico), significaba atizar una guerra civil que comenzaría el mismo día en que los estadounidenses se autoproclamaran victoriosos en el plano militar. Les recordé, mediante sugerencias verbales y artículos, que el emperador Trajano (del antiguo Imperio Romano) posiblemente había llorado por aquello de la imposibilidad de penetrar y comprender a los “partos”, es decir, a los persas, muchos siglos antes que existiera la “yihad” musulmana, iniciada, en cierto modo, por Mahoma.

Frente a nuestras sugerencias un amigo estadounidense muy cercano, me preguntó qué se debería hacer para comprender la problemática del “Cercano Oriente”. Le contesté, sin pensarlo dos veces, que había que estudiar la historia de la región y conversar con los intelectuales. Me repreguntó por nombres de intelectuales. En aquel momento vinieron a mi mente los nombres del historiador egipcio Samir Amín y del poeta judío Moshé Liba, por encontrarse metidos en el chile y en el ajo. El amigo me dio a entender que el Estado “gringo” poseía un aparato de “expertos” en la zona. No lo puse en duda. Pero una cosa es un grupo de “especialistas” que manejan tendencias generalizantes. Y otra cosa muy diferente es el estudio intra-histórico, meticuloso, acerca de las interioridades de los grupos humanos instalados por siglos en un punto específico del planeta. Muchos errores se comenten, a veces sin retorno posible, por ignorar las opiniones imparciales de los buenos historiadores y de los intelectuales que piensan en forma integral. Un libro apropiado para aproximarse a la problemática desencadenada por los “yihadistas” en el Oriente Próximo y en otras partes, es la “Fitna, guerra en el corazón del Islam”, de Gilles Kepel. Otro libro interesante es el de la señora Benazir Bhutto, titulado “Reconciliación, Islam, Democracia y Occidente”. No hay que olvidar que esta politóloga pakistaní, musulmana moderada y primera ministra de Pakistán, fue asesinada en el año 2007, por grupos extremistas de su misma religión. También habría que comenzar a leer “El Corán”, para comprender algunas derivaciones de intolerancia y de guerrerismo fatal proveniente de ciertos grupos de la “yihad”, en diferentes momentos históricos. Ni Guillermo Hegel, ni Martin Heidegger, ni otros grandes pensadores de Occidente, lograron comprender a plenitud la complejidad del mundo islámico. Menciono a ciertos escritores occidentales porque se debe reconocer que en el “Cercano Oriente” existieron, también, algunos filósofos y poetas vinculados a la religión islámica que lograron, sin embargo, destrabarse del fundamentalismo. Por ahora sólo deseo mencionar a los filósofos Al-Farabí, Ibn Arabí, Avicena y al traductor Averroes, quienes se amamantaron, desprejuiciadamente, en el pensamiento del griego Aristóteles. Como también se amamantó, aristotélicamente, el teólogo y filósofo católico santo Tomás de Aquino. (El caso previo del teólogo, filósofo y médico judío Moshé Maimónides, es análogo, pero al mismo tiempo diferente).

Los amigos estadounidenses nunca debieron invadir el territorio de Irak. A menos que se tratara de un verdadero problema de vida o muerte. Pero una vez que invadieron, jamás debieron abandonar a sus posibles aliados iraquíes, hasta que se consolidara una democracia plena integrada por chiístas, sunnitas, kurdos, cristianos y grupos laicos. Al abandonar Irak dejaron un enorme espacio vacío para que surgiera el supuesto nuevo “califato” de los yihadistas más feroces. Los supuestos descendientes de los califas han sido tradicionalmente intolerantes. Odian a muerte a los cristianos (sean católicos o de otros grupos) por configurar una religión masiva y fuerte en el mundo occidental. Pero siguiendo el esquema de la reducción al absurdo, los extremistas musulmanes (y otros extremistas occidentales escorados) odian a los cristianos porque Jesucristo era judío. Y los primeros seguidores de Jesús, salvo raras excepciones, también eran judíos.

Es sabido, desde tiempos antiguos, que al margen de las tecnologías sofisticadas, las batallas finales las ganan los soldados de infantería. Sin ninguna infantería que combata al nuevo “califato” yihadista, las posibilidades de un triunfo real, son muy remotas. Este es el momento para desmarcarse un poco de la teoría de la “inteligencia fuerte”, por una teoría más realista, respecto del “Cercano Oriente” y otras partes del mundo.

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