And If the NSA Invested in the Stock Market?

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¿Y si la NSA invirtiese en bolsa?

Dejemos volar la imaginación. Supongamos que un día la todopoderosa NSA, agencia de inteligencia estadounidense centrada en la obtención de información, decide invertir en bolsa. ¿Difícil de creer? Si analiza los datos de miles de millones de personas, entra en nuestros móviles, sabe lo que buscamos en Google, e incluso conoce alguno de los más oscuros secretos de nuestros líderes, ¿por qué no usar ese poder en un mercado en el que la información es lo más valioso? No es ético ni justo, pero tampoco lo es que nos espíen sin preguntar, y por la contra parece una forma tremendamente eficiente de ganar dinero o alterar los mercados. En serio, ¿a nadie se le ha pasado por la cabeza que algo así pueda llegar a ocurrir?

Mientras alguien le pasa el guion a Christopher Nolan, volvamos al mundo real. Porque, si bien la NSA como agencia no invierte en bolsa, sí hay alguien muy próximo a ella que lo hace: sus empleados. Si esto les resulta difícil de creer, no se pierdan el siguiente artículo de Foreign Policy (“Why Was the NSA Chief Playing the Market?” 22-10-2014), donde se da luz a algo tan opaco y desconocido como son los movimientos realizados por alguna de sus manos fuertes. Tras escándalos como los de PRISM, lo publicado ha vuelto a sembrar la desconfianza en la población sobre el uso y gestión de la información confidencial.

Vamos a los hechos. Keith Alexander, director de la NSA durante más de 8 años, operó con acciones y activos vinculados a China o Rusia al mismo tiempo que investigaba a dichos países, así como también invirtió en numerosas empresas relacionadas sectorialmente con la agencia. Según Foreign Policy, la cartera de valores del general Alexander era relativamente común cuando empezó a trabajar para la NSA, pues contaba con varios fondos de inversión y algunas acciones tecnológicas (sí, a estas probablemente también las conociese bien, pero son tan habituales entre los inversores que a nadie le extrañará la posición). Todo muy normal, hasta que un día decidió embarcarse en activos ligeramente más exóticos. De los fondos de inversión y las tecnológicas se pasó al potasio o al aluminio.

Alexander no hizo nada malo, al menos legalmente, puesto que todas las inversiones tienen que pasar por el filtro de un comité ético y ser comunicadas al Gobierno estadounidense anualmente gracias a la ley ‘Ethics and Government Act’ (gracias a la cual sabemos esto). Además, los importes de las diversas operaciones fueron relativamente bajos, según los datos publicados de 15.000 dólares como máximo en cada empresa foránea y de hasta 50.000 dólares en empresas estadounidenses, no alcanzando con ello “beneficios significativos”. Todo relativamente normal… salvo la naturaleza de las propias inversiones.

Y es que según Vice News (“These Are the Financial Disclosure Forms the NSA Said Would Threaten National Security” 10-10-2014), medio que ha luchado notoriamente por conseguir una información hasta el día de hoy restringida en aras de la seguridad nacional, las actividades de las empresas elegidas por Alexander tienen poco de aleatorias. “Líder mundial en soluciones en la nube”, “recopilación de datos e investigación”, “desarrollo de software para mejorar las capturas de cámaras de vigilancia”, “amplificadores para el control por radiofrecuencia de control aéreo, radares y vigilancia”. No, definitivamente las inversiones de Alexander no fueron aleatorias, y todas parecen muy vinculadas al conocimiento adquirido como director de la NSA.

Pero quizá aún más llamativa es su vinculación con ciertos países emergentes, por ejemplo adentrándose en mercados tan opacos como es el del potasio, aparentemente cartelizado y controlado, y con el que muy pocos inversores se atreven. Dicho mercado, al igual que ocurre con el del aluminio, por el que también se interesó, está muy vinculado a China, ya que el gigante asiático en los últimos años ha realizado un gran esfuerzo tanto en la agricultura como en la industria. Según Foreign Policy, al mismo tiempo que Alexander invertía, la NSA volcaba sus esfuerzos de investigación en los Gobiernos y corporaciones de Rusia y China.

Sus movimientos no fueron realmente exitosos económicamente, pues no obtuvo “beneficios significativos” como ya hemos dicho, pero tampoco parecía manejar mala información, ya que vendió unos meses antes del colapso del potasio en 2008. ¿Era consciente de la eminente crisis? ¿Manejaba información confidencial? En cualquier caso, la situación se complica todavía más, ya que Alexander no solo manejaba acciones de sectores estratégicos, sino que llegó incluso a invertir en una empresa china citada expresamente por robar información de corporaciones estadounidenses. Existe un ligero conflicto de intereses entre invertir en una compañía que roba información y que tu trabajo sea evitarlo.

Coincidirán conmigo en que el problema no es tanto el lucro que haya podido existir como el potencial daño que pueden causar estos comportamientos. No hablamos solo de comprar o vender en bolsa y obtener un sobresueldo de ello, hablamos de manejar información confidencial y aprovecharse de ello. De hecho existe una ardua disputa en Estados Unidos sobre hasta qué punto es lícito que Alexander, tras salir de la NSA, haya creado una consultora de seguridad informática corporativa que cobra un millón de dólares al mes por sus servicios. Para algunos una forma muy digna de ganarse la vida, para otros siembra la duda sobre si el verdadero negocio será la venta de información confidencial.

Lo realmente importante de que se den a conocer noticias de este tipo, además de lo necesario que es saber la verdad, es que nuestra sociedad tiene un debate pendiente con el tratamiento de la información confidencial. ¿Dónde están las barreras? ¿Se justificaría que la NSA invirtiese en bolsa? ¿Se justificaría si fuese para defender al mercado de un ‘ataque sistémico’ o cualquier otra argumentación similar? ¿Se justificaría que no lo hiciese la NSA pero sí sus empleados? ¿Se justifica que los empleados puedan realizar movimientos tan controvertidos como los realizados por Alexander? ¿Dónde está el límite? ¿Vale todo? Si nosotros no decidimos, otros lo harán por nosotros.

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