Sin rumbo en la política exterior
La Presidenta se ha manifestado a favor del multilateralismo, y eso nos parece muy bien. La Argentina, como país intermedio, posee una mayor capacidad y potencialidad cuando actúa en el marco multilateral que en el bilateral. El problema reside en qué entienden la Presidenta y su gobierno por multilateralismo y cómo lo vienen practicando.
Si entiende que es participar todos los años en la Asamblea General de las Naciones Unidas y eventualmente en alguna reunión del Consejo de Seguridad, y desde allí enfrentar a los Estados Unidos aliada a quien sea -Irán, Rusia o Venezuela-, ese multilateralismo no le sirve al país. Lo mismo si entiende que el multilateralismo es participar en las cumbres del G-20, donde la Argentina no saca rédito alguno.
Es sabido que los Estados Unidos son la mayor potencia de la Tierra y que muchas veces sus autoridades no han querido trabajar conjuntamente con los países de la región, y que durante la Guerra Fría hubo golpes de Estado apoyados desde Washington que dejaron marcas difíciles de sanar en los pueblos latinoamericanos. Pero también es importante señalar que en la noche oscura de la dictadura argentina el gobierno del presidente Carter fue el principal dique de contención para que la Junta Militar no realizara aún mayores violaciones de los derechos humanos en nuestro país. No fueron los soviéticos ni el PC argentino.
En ese marco, creemos que la diplomacia presidencial debería reforzar la multiplicidad de propuestas e ideas para conformar un mundo más justo, y no utilizar los foros internacionales para un confuso lucimiento personal mientras critica a Estados Unidos y a las demás potencias de Occidente para consumo interno y para escaparse de la dura realidad argentina.
Recientemente, el Gobierno le ha dicho al pueblo argentino que el multilateralismo nos ayudará a salir del atolladero de la deuda externa argentina; eso es falso y hasta resulta una ingenuidad.
La voluntad de la Argentina de obtener apoyos internacionales para presionar a la justicia norteamericana no tiene ningún viso de realismo. Esa justicia es conocida por su autonomía y nada la hará cambiar, menos si el apriete viene del exterior.
Esto ha de ser bien conocido por la Presidenta, que lleva más de 30 años haciendo política. Lo que se buscó yendo a conversar con el papa Francisco y después con el discurso de condena a Estados Unidos en las Naciones Unidas fue sólo ganar espacio político en el país ante su núcleo duro, en una maniobra que pretende retener poder.
Sus colaboradores la siguen a pies juntillas, sin ideas propias; el Ministerio de Relaciones Exteriores es inexistente y sólo realiza comunicados de prensa, no elabora políticas y culpa al “imperio y a los buitres” de toda su inoperancia.
Su ministro de Economía se entusiasma con el hecho de que el G-77 haya presentado una resolución ante la AGNU, que establece que el año que viene se discutirá una eventual convención sobre las deudas reestructuradas, y que si se llega a un consenso entrará en vigor en cinco o seis años. Pero se trata del foro equivocado, ya que el tema tiene otro ámbito de discusión multilateral; es decir, no ayuda en absoluto a resolver el problema de la deuda argentina, que se encuentra en manos de Griesa y de los tribunales estadounidenses.
El tema, a nivel internacional, se discute en otros ámbitos. El próximo G-20 le indicará al Fondo Monetario Internacional que tome esta cuestión en su reunión de noviembre en Australia, y allí se discutirá una propuesta que originariamente había presentado Anne Krueger (sí, la “enemiga” de la Argentina).
La Asamblea General de la ONU no tiene imperio ni es el órgano adecuado para modificar la realidad. Precisamente, lo que se jacta de estar modificando el Gobierno. Pero en este marco económico-financiero, nada se podrá obtener. El 70% del PBI mundial se encuentra en los Estados que votaron en contra o se abstuvieron en la resolución del 9 de septiembre, que fue proclamada “histórica” por las autoridades argentinas.
Si el objetivo de pasar a ver al papa Francisco fue darse impulso para hablar en la Asamblea contra los buitres simulando tener el apoyo papal, si la idea era hacer ese paseo con 33 funcionarios que no tenían nada que hacer ni que decir en el Vaticano ni en la ONU, salvo sacarse fotos y mostrar regalos partidarios, el proyecto es muy pobre y oportunista.
Es hora de modificar una política exterior que no tiene un fin preciso y que está alejada de las necesidades de la Argentina. El lucimiento personal, además de responder a una necesidad narcisista del poder, no le sirve al país. La Argentina está comprometiendo su futuro inmediato, ya que el Gobierno se ha dedicado a provocar a muchos gobernantes del mundo, inventando peligros y escenarios diabólicos.
Hay que modificar estos errores ya, ahora, y no esperar hasta el próximo gobierno, que llegará agobiado por las deudas y los problemas que se crean en la actualidad dado que se utiliza la política exterior al servicio de la señora Presidenta, dejando de lado al Parlamento y a la opinión de muchos de sus compatriotas.
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