Si la presidencia de un país implica la capacidad de legislar para promover un proyecto de nación, entonces la que encabeza Barack Obama terminó el martes pasado. No hay vuelta de hoja. Desde el principio mismo de su gobierno, Obama ha padecido a una oposición desleal, cuyo propósito explícito y casi único ha sido sabotear prácticamente cualquier iniciativa que provenga de la Casa Blanca. Hasta el lunes, esa oposición controlaba solo la Cámara Baja del Congreso estadounidense. El martes, los votantes decidieron también otorgarle al Partido Republicano las llaves del Senado. El próximo líder de la Cámara Alta será el senador Mitch McConnell, que hace un lustro tuvo el cinismo de afirmar que, lejos de comportarse como un opositor firme pero leal, dedicaría todo su esfuerzo a negarle la reelección a Barack Obama. A partir de enero, Obama tendrá que tratar de negociar con políticos como McConnell, gente que nunca ha mostrado interés en encontrar coincidencia alguna con el presidente. Ahora lo tendrán mucho menos. La situación es tan grave que, si Estados Unidos fuera una democracia parlamentaria, Obama ya estaría haciendo maletas. De ese tamaño ha sido el fracaso del Partido Demócrata y el triunfo del Partido Republicano.
¿Qué explica la derrota de Obama y su partido en las elecciones del martes? Después de todo, la economía estadounidense se ha recuperado sin prisa pero sin pausa. Apenas unas horas después de la elección, las autoridades competentes anunciaron que el desempleo en Estados Unidos había caído a su nivel más bajo desde mediados de 2008. La reforma de salud —el corazón del legado político de Barack Obama— tuvo problemas en un principio, pero con el paso de los meses ganó impulso y aceptación. A la fecha, 7.3 millones de personas que no contaban con seguro médico han adquirido cobertura a través del sistema comúnmente conocido como Obamacare. Hasta el precio de la gasolina ha bajado. Nada de esto parece haber sido suficiente. En varios estados clave pesó la pobre recuperación de los sueldos y otros factores económicos que aún no han logrado sacudirse del shock de 2009. Otros votantes seguramente castigaron a Obama por su torpe política exterior, desde su manejo de ISIS, la crisis de los niños migrantes y hasta el ébola. En cualquier caso, impulsados por el voto de los blancos mayores de 45 años de edad (sobre todo los hombres), el Partido Republicano se ha hecho del control del Senado y con ello del Congreso.
Las consecuencias serán diversas e inmediatas. Es probable que los republicanos interpreten el voto del martes como una invitación a radicalizarse aun más. Harán hasta lo imposible por revertir la reforma de salud. Le harán la vida difícil a Obama en la discusión anual del presupuesto, además de bloquear prácticamente cualquier nominación a puestos cruciales. Impulsarán proyectos a los que los demócratas (y los ambientalistas) se han resistido por años, como el oleoducto Keystone. Y, por supuesto, se negarán rotundamente a cualquier propuesta que se asemeje a una reforma migratoria integral, sensata y con sentido humanitario. Incluso hay una posibilidad de que, si se impone el ala más rijosa del partido, los republicanos traten de comenzar una batalla legal para tumbar a Obama (ya lo han acusado, sin fundamento, de abuso de autoridad).
¿Qué le queda a Obama? Aún cuenta con la acción ejecutiva, que le permitiría, por ejemplo, dar alivio temporal a millones de indocumentados, medida que probablemente tomará en las próxima semanas. Pero es un consuelo menor: ninguna medida ejecutiva tiene el mismo alcance que una reforma a la ley. Es solo un paliativo cuando lo que se necesita es una cirugía, en migración y otros temas.
Serán, en suma, años de aciaga polarización en Washington. Pero así lo han querido los votantes, los que se presentaron a las urnas y los que se abstuvieron. En esta última categoría, tristemente, estuvieron los hispanos, que representaron un 8% del electorado pudiendo ser mucho, muchísimo más. Una primera lectura indica que los latinos decidieron castigar al Presidente por su récord de deportaciones y, crucialmente, por retrasar la acción ejecutiva con la que dará alivio a los indocumentados. Por comprensible que sea, la decisión de golpear a Obama se antoja, en el mejor de los casos, como un despropósito. La única razón por la que Obama ha tenido que considerar una acción ejecutiva es porque los republicanos en la Cámara de Representantes optaron por bloquear cualquier proyecto sensible de reforma migratoria. Ellos, no Obama, son los verdaderos responsables de la parálisis. Que hayan conseguido endosarle al presidente los costos de la inacción es un auténtico truco de magia que habla bien de la astucia republicana pero muy mal de la cultura política de los electores hispanos, la astucia de los activistas que los guían e, inevitablemente, la labor diaria de los periodistas que nos dedicamos a informarlos.
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