Estados Unidos está, desde el 7 de agosto, en una guerra inexistente en Irak, que el 22 de septiembre extendió a Siria. Ha sido una guerra, por ejemplo, sin nombre. Hasta el 15 de octubre -cuando ya duraba dos meses y una semana- el Departamento de Defensa no la bautizó. En teoría es una guerra solo aérea, aunque ya hay 1.600 militares de ese país sobre el terreno, que el presidente estadounidense, Barack Obama, quiere ampliar a 3.000.
Los ‘asesores’ pronto podrían, además, dejar de serlo, ya que el jefe del Estado Mayor de EEUU, el general Martin Dempsey -que el sábado realizó una visita por sorpresa a Bagdad donde afirmó que la batalla está empezando a dar frutos-, ya señaló el jueves que está “considerando” que, cuando la próxima primavera los soldados iraquíes se lancen a la reconquista de la ciudad de Mosul, la segunda más grande del país, “vayan acompañados de fuerzas de Estados Unidos”. Eso significaría mandar soldados a la primera línea de combate.
Todos esos juegos de palabras no son casuales. Como tampoco lo fue el que la guerra no tuviera nombre hasta el 15 de noviembre, cuando ya llevaba dos meses y una semana. Sin nombre, lo que EEUU hacía en Siria e Irak no era oficialmente una guerra. Eso también implicaba, por ejemplo, que los militares que participaban en la campaña no eran elegibles para recibir condecoraciones.
Así, los 1.600 ‘asesores’ que el Pentágono tenía en Irak a mediados de octubre no podían ser premiados con la Medalla de la Campaña de Irak, creada en 2003. Y ni ellos ni las decenas de miles de soldados involucrados en los bombardeos de ese país y de Siria entraban dentro del grupo que puede recibir las condecoraciones de la Guerra Global contra el Terrorismo establecidas el 7 de noviembre de 2001, cuando EEUU empezó el bombardeo de Afganistán, pese a que estaban combatiendo a un grupo terrorista, el Estado Islámico (IS, según sus siglas en inglés), nacido como una escisión de Al Qaeda. Paradójicamente, los soldados sí recibían el plus que les correspondía por estar en combate y, una vez que abandonen el servicio activo, podrán beneficiarse de las prestaciones del Departamento de Veteranos de EEUU.
El reconocimiento
El 15 de noviembre, el Pentágono le dio un nombre a la ‘cosa’: Operación ‘Determinación Inherente’ (‘Inherent Resolve’). Era el reconocimiento de un hecho: EEUU está en guerra. Pero también de otro: Washington no quiere que se hable de eso. Tampoco lo quieren los más de 20 países aliados que contribuyen al esfuerzo militar, varios de ellos -Bélgica, Holanda, Dinamarca, Francia, Reino Unido, Arabia Saudí, Jordania, Qatar y los Emiratos- directamente con aviones de combate que ya han efectuado bombardeos en la región.
El general Dempsey se reúne con su homólogo iraquí, en Bagdad. REUTERS
El Gobierno de Barack Obama y los demás miembros de la coalición, así, han logrado la guerra invisible. En la época de internet, el conflicto contra el IS tiene en Occidente todos los visos de una guerra colonial del siglo XIX: una sucesión de combates en un territorio remoto.
La guerra de Kuwait, en 1991, convirtió al general Norman Schwarzkopf en una estrella televisiva. La de Kosovo, en 1999, hizo lo mismo con el comandante en jefe de la OTAN, Wesley Clark, que incluso llegó a lanzar una breve campaña para la Presidencia por el Partido Demócrata en 2004. Irak y Afganistán produjeron otras caras conocidas: Tommy Franks -durante las invasiones de ambos países-, Ricardo Sanchez -en el momento en el que Irak se desintegró- y David Petraeus -la estrella del conflicto-.
En esta guerra, el máximo responsable militar no ha aparecido por ningún sitio, pese a que tiene el mismo cargo que hizo famosos a Franks y a Petraeus: jefe del Mando Central de EEUU. Se llama Lloyd Austin, tiene 61 años y es afroamericano. Si Schwarzkopf y Clark se hicieron dfamosos por sus ruedas de prensa, y Petraeus por sus filtraciones a la prensa, Austin es “el general invisible”, en palabras de ‘The New York Times’.
Aviones por control remoto
El general invisible es perfecto para una guerra invisible cuyas dimensiones son mucho mayores de lo que los escuetos comunicados del Pentágono insinúan, La guerra contra el IS no se hace a base de aviones por control remoto (los famosos ‘drones’), como los que se emplean en Pakistán, Somalia y Yemen. El 5 de octubre, por ejemplo, EEUU admitió a la cadena de televisión estadounidense ABC que estaba empleando helicópteros de ataque ‘Apache’ para bombardear las posiciones del IS alrededor de la ciudad iraquí de Faluya. El empleo de los Apache indica que EEUU está actuando contra unidades muy pequeñas. Y también conlleva un riesgo, porque un helicóptero es mucho más fácil de derribar que un avión.
Pero, junto a los ‘Apache’, EEUU ha lanzado a las joyas de su Fuerza Aérea. Entre ellos, el B-1B Lancer, un monstruo diseñado para lanzar ataques atómicos sobre la Unión Soviética que puede llevar 34 toneladas de bombas. Los B-1B que EEUU emplea en Afganistán tiene su base en Qatar, y desde el primer momento de la nueva guerra en Irak empezaron a actuar en ese país. Sus ataques fueron decisivos, por ejemplo, para que los integristas del IS se retiraran de la presa de Haditha, en el norte de Irak.
Lo más espectacular ha sido el empleo del F-22, la última joya del arsenal aéreo estadounidense. Diseñado solo como caza, el F-22-330 millones de euros la unidad-ha bombardeado Siria en al menos una ocasión y probablemente ha prestado apoyo en caso de que la Fuerza Aérea de ese país tratara de interceptar los aviones estadounidenses, árabes y europeos que han atacado al IS y a otros grupos en el norte de ese país. O eso, o el Pentágono quería probar a un avión que ha sido una ruina por los constantes problemas técnicos en sus fases de desarrollo y pruebas en una situación de combate real.
Con todo este secretismo, resulta muy difícil saber cómo está yendo la guerra que no existe. Nadie es capaz de saber si el IS está retrocediendo o sigue avanzando a pesar de los ataques, del mismo modo que es imposible saber el coste humano de los bombardeos. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, las ocho semanas de ataques aéreos a los integristas por parte de los países de la coalición han causado 765 muertos, de los que 50 son civiles. Es una cifra minúscula comparada con los 200.000 fallecidos de la guerra civil siria. Pero, como todo en esta guerra, es solo especulación.
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