Obama’s Dead End

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El presidente Barack Obama anunció ayer cómo usará sus poderes ejecutivos para impulsar reformas en la política migratoria de Estados Unidos. Así como el contenido generó expectativas, también significará una nueva confrontación entre demócratas y republicanos que llevará a otra parálisis del Estado.

Es inocultable que con la reforma, Obama pretende cumplir una de sus promesas fallidas, en parte por la acción de la oposición en el Congreso, en parte por su incapacidad para lograr consensos alrededor de un tema tan sensible. Se trata de definir el estatus de 11 millones de indocumentados, en especial de jóvenes que llegaron niños a Estados Unidos, y que no pueden ser devueltos a sus países de origen sin cometer una injusticia.

Conocidas las decisiones presidenciales, se espera otro round partidista que puede llevar a la parálisis, considerando que a partir del próximo año los republicanos controlarán ambas cámaras del Congreso. Allí está la preocupación de los estadounidenses que con su voto expresaron su hastío hacia la política que se hace en Washington porque no aporta al progreso de su nación.

Según parece, el objetivo de las directivas presidenciales es proteger de la deportación a jóvenes y mayores indocumentados, que por años han aportado a la economía, la seguridad e incluso al sistema impositivo de Estados Unidos. Pero, a la vez, incluye decisiones para evitar que la frontera sur siga siendo la puerta de ingreso a la migración ilegal.

Hay que recordar que en 2013 Obama presentó un proyecto de reforma migratoria, aprobado en el Senado pero que languideció en la Cámara de Representantes por las objeciones republicanas. Ahora ese Partido ha indicado que se opondrá “con uñas y dientes” a las medidas unilaterales, como aseguró John Boehner, presidente de la Cámara. Mitch McConnell, próximo líder de la mayoría en el Senado, también mostró su escepticismo y le pidió al Presidente que trabaje con la oposición “para encontrar una manera de mejorar nuestro sistema migratorio”.

El problema es que sin consenso, aunque Obama podrá implementar la reforma esta no será efectiva si no se aprueban las partidas presupuestales. El resultado final puede ser una nueva parálisis del país, por la incapacidad del Presidente de alcanzar un acuerdo bipartidista.

Las objeciones hacen prever que se ahondarán las divisiones que han dificultado la labor en el Congreso en los últimos años. Y es probable que el anuncio obstaculice más la aprobación de una reforma por vía legislativa, que tendría un efecto más duradero y amplio que una acción ejecutiva.

No hay que olvidar que Estados Unidos se encuentra en campaña electoral y que los latinos fueron la fuerza principal que garantizó la reelección de Obama. Pero muchos están decepcionados porque no cumplió la promesa de realizar una reforma migratoria integral. Tal vez de allí provenga el afán del Presidente.

Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad, no sólo por el enfrentamiento partidista, sino porque en el futuro inmediato cualquier propuesta de reforma migratoria quedará bloqueada en el Congreso.

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