Cada cierto tiempo, en EEUU se reedita la noticia de matanzas protagonizadas por civiles con armas de fuego, generalmente varones de diversas edades. En esta última ocasión, el viernes pasado un estudiante de 15 años decidió emprender a tiros contra sus compañeros mientras desayunaban en la cafetería de su colegio. Producto de este atentado, en Washington, murieron dos adolescentes, una mujer y un varón, y resultaron gravemente heridos otros tres. Además, el trastornado joven se suicidó luego del ataque.
Cada vez que ocurren este tipo de incidentes (en los últimos 20 años se han contabilizado 24 tragedias similares) propios y extraños se preguntan cómo es posible que en un país democrático como EEUU persista la venta libre de armas de fuego, tomando en cuenta que la probabilidad de que caigan en manos de personas perturbadas, psicópatas y criminales (dentro y fuera de Norteamérica) es muy alta.
Pues, como es de suponer, por la angurria del dinero. Solo así se explica que un negocio tan nocivo como es la venta de armas, cuyos principales beneficiarios no son quienes buscan defenderse, sino quienes buscan delinquir, goce de tan buena salud; y ello gracias al auspicio de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), cuya influencia sobre las esferas de poder republicanas es más que evidente.
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