A Bad Time for Obama

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Es desajustado atribuir la desilusión de su país y mundial con el Presidente a solo culpa suya.

No está asentada una sociedad que confía en taumaturgia de un político, por muy carismático, como Barack Obama, cuya responsabilidad en la paliza electoral reciente a su gobierno y su partido unanimiza a demócratas y republicanos. Que lo hagan otras sociedades se justifica en atraso o desilusión sucesiva, no en la que carga con la vigilancia mundial, que ve desplomarse un presidente en quien confió en exceso. Todas las hadas se congregaron en otra ruptura del esclavismo, en la evocación de Lincoln, Roosevelt, Kennedy, en la expectativa de transformación del liderazgo geopolítico y más, luego de la presidencia que lo confió de nuevo al garrote. Le recayó eso, más dos guerras prepotentes y el colapso financiero del 2008.

La complicación mundial no está para zanahoria y la opinión local desaprueba al personaje y su gestión, o no los ha entendido, sumado el desgaste comprobado de un segundo mandato, preso y urgido de lo que se llama inadecuadamente gobernabilidad, es decir, contrapeso a la imponencia de politiquería e interés en el país paradójicamente portavoz de democracia. La inercia, igualmente: querer cambiar funcionamiento e imagen de su país estrella cualquier buena intención y habilidad contra la geopolítica lejana de las posguerras y a merced de supranacionalidades cada día más alocadas. ‘El Presidente que se había visto demasiado grande’, titula el ‘Washington Post’. El símil con el presidente Carter no es descaminado.

Oriente Próximo, Ucrania, la emergencia asiática, ébola ignoran perfiles, por muy grandes. “El problema no es Obama”, dice un comentarista; ni fulano ni zutano. La atribución liberal al individuo de la evolución social, por muy sobresaliente, hace rato fue contrariada por ciencia y condiciones colectivas, productivas en especial. El crepúsculo de Obama y de otros desautoriza aún más la confianza otorgada a halago o encuesta. La muchedumbre es seducible por actitudes extremas en cualquier táctica de oposición, la de los republicanos y su Tea Party, la del temible Frente Nacional francés, aquí la de fuerza y tradición, la sensata, destinada a ser inadvertida; en eso la contraparte tonta sí caza peleas a las que, como a las callejeras, se les reclaman grosería y estupidez. Se añora bobamente aquí y en todas partes discusión en que retórica y racionalidad eduquen a la audiencia mostrándole algo diferente a argumentación primitiva.

El Presidente de EE. UU. es la misma persona de triunfo y derrota, que no importa tanto esta como sí la de la política, contra la que poco se ve qué puedan hacer ya inteligencia o verbo, mucho menos la magia. La imagen es arma de doble filo porque su engrandecimiento o empequeñecimiento son artificio, por lo que la gestión del Presidente a lo mejor es más de fondo que el índice de aprobación que le otorga la veleidad de la opinión, esa sí por lo general poco confiable.

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