Ayer fue día de fiesta para el continente americano. El primer papa nacido en nuestras tierras cumplió 78 años y nos dio de regalo el fruto de su habilidad diplomática: la reaproximación entre los Estados Unidos y Cuba.
Francisco, al recibir a Obama en marzo de este año en el Vaticano, trató del fin del bloqueo y de la liberación de tres de los cubanos presos en los EE.UU. desde 1998, acusados de terrorismo.
En realidad los cinco eran agentes de la inteligencia cubana que, gracias a su infiltración en las bandas terroristas, evitaron atentados en territorio cubano. Ayer los tres que todavía se encontraban presos fueron cambiados por Alan Gross, agente de la CIA capturado hace cinco años en La Habana.
El bloqueo impuesto a Cuba por los EE.UU. desde 1962 viola todos los tratados internacionales y en las últimas décadas ha perdido su efecto, en la medida en que la Unión Europea y otros muchos países, como el Brasil, pasaron a mantener relaciones diplomáticas y comerciales con la isla revolucionaria.
Obama, al admitir ayer que “el aislamiento no funcionó”, sabe que el fin del bloqueo depende de la decisión del Congreso estadounidense. Pero encendió la luz verde. Y como núcleo el compromiso de rehacer las relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana.
Quien gana con la nueva posición de Obama es el pueblo cubano que, a lo largo de 56 años de revolución (que se cumplirán el próximo 1 de enero), nunca dejó de resistir heroicamente al bloqueo, incluso cuando la situación del país se agravó debido a la caída del muro de Berlín y al resquebrajamiento de la Unión Soviética.
Si hoy día Cuba recibe un millón de turistas canadienses al año, que cambian sus 20 grados bajo cero en invierno por 30 de calor en el Caribe, y si en el 2013 más de 600 mil estadounidenses de origen cubano visitaron la isla, el potencial turístico de los EE.UU. podrá engordar mucho más las arcas cubanas.
Cuba, además de exportar médicos y maestros de calidad, e inigualables puros de tabaco, ofrece una infraestructura turística exenta de violencia y contaminación.
Fidel, desde la altura de sus 88 años bien vividos, debe estar feliz por esta victoria, sobre todo si se considera que él sobrevive a ocho presidentes de los EE.UU., de los cuales enterró a cinco, y a más de 20 directores de la CIA que juraron eliminarlo.
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