APENAS dos semanas después del anuncio de deshielo en las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba, el régimen de los Castro ha dejado claro a la comunidad internacional que la esperada transición democrática será más lenta de lo deseado. Las detenciones que se vienen sucediendo desde el martes, cuando la artista Tania Bruguera anunció una performance en la plaza de la Revolución de La Habana, es la confirmación de que la dictadura no pretende tolerar, no ya la disidencia política, sino el ejercicio de la libertad de expresión. El acto, que finalmente no pudo realizarse, consistía en colocar un micrófono en la calle para que cada ciudadano pudiese hablar libremente durante un minuto. Fiel a su naturaleza represiva, el régimen reaccionó de la misma forma que viene haciéndolo desde la instauración del régimen comunista. Una señal inequívoca de que Raúl Castro ha interpretado como una victoria propia la nueva situación internacional.
Sin embargo, la histórica decisión del pasado 17 de diciembre no puede servir para que el partido único que rige la vida de los cubanos desde hace más de 50 años continúe fortaleciéndose. Con la mirada puesta en países como China o Vietnam, donde la rigidez política, social y cultural impuesta por el Partido Comunista convive con una controlada apertura económica, los Castro pueden tener la tentación de instalarse en ese difícil equilibrio entre el comunismo político y el capitalismo económico. Pero no es esa la transición que ansían los cubanos de la isla y los del exilio.
La comunidad internacional, que aplaudió el acuerdo entre Obama y Raúl Castro, debe exigirle a éste que devuelva a sus ciudadanos las libertades democráticas e inicie una transición que desemboque en un régimen garantista que respete los derechos humanos. El inicio del fin del bloqueo no puede servir para dar un balón de oxígeno a la asfixiada economía cubana, que se beneficiará de los capitales extranjeros que invertirán en la isla. Esto, con ser imprescindible para que miles de familias salgan de la pobreza, no es suficiente. Cuba necesita abandonar el comunismo, acabar con la intransigencia ideológica y permitir a la oposición política participar en la construcción del nuevo sistema. En la primera ocasión que ha tenido de demostrar su predisposición, Raúl Castro no ha estado a la altura.
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