Binational Crime

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Delincuencia binacional

Hoy llega el presidente Enrique Peña Nieto a Washington, donde hablará con Barack Obama —entre otros muchos temas— sobre seguridad. Era inevitable, porque a pesar de que México había querido priorizar la economía como eje de la relación bilateral en los últimos dos años, la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa hizo que los ojos del mundo se posaran, de nuevo, sobre el problema sin resolver del crimen organizado en este país.

En el marco de esta visita, organizaciones civiles tan importantes como Human Rights Watch han pedido al presidente Barack Obama que presione a su homólogo para que haga justicia por los hechos en Iguala y respete los derechos humanos de la población. Un reclamo pertinente.

Pero al mismo tiempo hay que exigir a ambos gobiernos que tomen acciones conjuntas para un problema que no puede resolverse por completo en un solo país. Estados Unidos es el proveedor de armas y México el operador del crimen organizado. Dos caras de una misma moneda y ambas deben ser atacadas.

A lo largo del continente, los cárteles (que ya no son sólo de droga) han demostrado una verdadera coordinación: abastecen a Estados Unidos e importan armas desde allí, cultivan droga en Sudamérica, compran precursores químicos en China, lavan dinero en el Caribe y extraen rentas de la sociedad en México. Operan como cualquier otra compañía transnacional, mientras que los gobiernos de Estados Unidos y Latinoamérica apenas si debaten acerca de temas a tratar en las cumbres comunes.

Los operativos conjuntos en los que llegan a participar al mismo tiempo más de dos gobiernos en el hemisferio son prácticamente inexistentes. Si acaso sólo se menciona que agentes de la DEA dieron información para capturar a algún capo. Nada más. ¿Son esos los límites de la cooperación en materia de seguridad entre México y Estados Unidos?

La potencia del norte no puede poner como pretexto el cierre de las múltiples ventanillas que tenía a su disposición durante el gobierno de Felipe Calderón. La reducción de la comunicación a un solo conducto —la Secretaría de Gobernación— no cambió el tradicional esquema del mero intercambio de información de inteligencia.

Desconfían las instituciones estadounidenses de la fiabilidad de las mexicanas. Y es comprensible, sobre todo después de presenciar la terrible colusión que exhibieron los eventos en Iguala el año pasado. Sin embargo, Estados Unidos debe entender que será hasta que colabore con su vecino del sur en igualdad de circunstancias que el combate al crimen organizado será verdaderamente efectivo, como sí lo es la operación de los delincuentes en ambos países.

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