After the US-Cuba Agreement

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La decisión de restablecer relaciones diplomáticas y abrir mayores opciones para el intercambio comercial y financiero entre Estados Unidos y Cuba, anunciada por ambos países el pasado 17 de diciembre, difícilmente tendrá repercusiones inmediatas en Costa Rica. Sin embargo, si el proceso logra avanzar con normalidad, si va acompañado por reformas económicas, si genera un marco jurídico adecuado en la Isla, y si gana suficiente credibilidad entre potenciales inversionistas, sí podrá afectarnos a medio y largo plazo.

El impacto será mayor si el Congreso de Estados Unidos decide eliminar lo que queda del embargo y normalizar totalmente las relaciones económicas, incluidos los viajes de turistas, y si –ojalá en un futuro próximo– se llega a establecer un régimen democrático. Esto último reconciliaría al país con las libertades políticas y económicas y, como resultado, potenciaría el crecimiento y convertiría a Cuba en un jugador pleno en el hemisferio.

A pesar de que el efecto inmediato será casi inexistente, y que el futuro no está claramente perfilado, nuestro país no debe, simplemente, desentenderse de lo que ocurra en la Isla. Además de seguir cuidadosamente el desarrollo de los acontecimientos en todos los frentes, y aportar en lo posible a una mayor apertura, debemos comenzar a prepararnos para un eventual big bang en la oferta turística cubana y para su apertura más orgánica y sostenible a las inversiones extranjeras, tanto en turismo como en otros ámbitos, sobre todo intensivos en mano de obra, que en Cuba es hoy abundante y barata, aunque poco adiestrada.

Por ahora no hay indicios de que las reformas sean inmediatas. En lo económico, por ejemplo, esos cambios deberán pasar por eliminar la dualidad del tipo de cambio (uno convertible y otro no), por permitir la repatriación de utilidades, por otorgar seguridad jurídica a los inversionistas, por permitir que los cubanos puedan desarrollar empresas propias más allá de servicios menores, por crear un verdadero sistema bancario y por desarrollar mecanismos para la solución de disputas. Son condiciones elementales desde un punto de vista estrictamente económico, pero políticamente riesgosas para un Gobierno que ha apostado empecinadamente al centralismo y el control. En qué grado y a qué ritmo se producirán es una de las grandes interrogantes, de las cuales dependerá, en buena medida, la posibilidad de captar inversiones.

Si partimos de que habrá un avance razonable, podemos predecir que el primer reto para Costa Rica será la apertura del mercado turístico de Cuba a Estados Unidos, incluyendo la participación de empresas estadounidenses. Esto podría generar un efecto inmediato de desvío de la demanda. Si el avance es sólido y las reformas se consolidan, eventualmente la Isla podría competir en la atracción de inversión extranjera en algunas manufacturas y servicios; también, con esquemas de zonas francas y logística portuaria.

Ante un panorama que todavía es incierto, lo mejor será prepararnos para un posible impacto significativo. En todo caso, esta preparación implica mejorar nuestra competitividad en un sentido general y dar mayor dinamismo a iniciativas que, en cualquier circunstancia, son esenciales para nuestro desarrollo. Por ejemplo, debemos reforzar los valores agregados y aligerar los costos de nuestra oferta turística; avanzar considerablemente en la mejora y expansión de la infraestructura de transporte y redes de comunicación; agilizar los servicios aduaneros; facilitar los trámites de negocios; ofrecer una educación más pertinente; corregir las enormes disfuncionalidades en el manejo de la administración y los regímenes de empleo público, y desarrollar una política energética moderna, integral y que potencie la eficiencia.

Lo que necesitamos, por tanto, no es una “política hacia Cuba” para enfrentar una posible competencia, sino para mejorar nuestra competitividad en general, algo que nos dará instrumentos de sobra sólidos para enfrentar desafíos coyunturales.

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