diferencia de la vulgar propaganda negra de los círculos superbélicos israelí-anglosajones que desean la tercera guerra mundial –quizá para pretender salir ilusamente de su grave crisis financierista que crearon–, el presidente Putin –quien se ha comportado con una enorme prudencia frente a la asfixia de la OTAN en las fronteras de Rusia, una superpotencia nuclear– envía señales inequívocas a Estados Unidos –mediante varias voces al más alto nivel oficioso con gran resonancia en Occidente, como Mijail Gorbachov e Igor Ivanov– de no cruzar el Rubicón que desembocaría en un Armagedón nuclear.
En forma dramática, el último presidente de la extinta URSS, Mijail Gorbachov, acusa a Estados Unidos “de jalar a Rusia a una nueva guerra fría que puede crecer en un conflicto armado” (http://goo.gl/N0Ji22).
En paralelo, en un artículo para el rotativo neoliberal en idioma inglés The Moscow Times –vinculado a la mafia oligarca rusa y feroz crítico del presidente Putin–, Igor Ivanov, anterior canciller de Rusia de 1998 a 2004 y hoy mandamás del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia (RIAC, por sus siglas en inglés), aduce que “la crisis de Ucrania es más peligrosa que cualquier otra durante la guerra fría”, por lo que urgió a los líderes políticos a prevenir un conflicto nuclear: en ausencia de un diálogo político, con desconfianza mutua que alcanza alturas históricas, la probabilidad de accidentes incluyendo las armas nucleares es cada vez más real (http://goo.gl/BCJeXP).
Igor Ivanov desecha en forma juiciosa toda la retórica hueca alrededor de una nueva guerra fría: “No puede haber una repetición de una guerra fría debido a que los cambios en el mundo no embonan en el antiguo paradigma”, cuando, a pesar de sus peligros, las relaciones internacionales estaban confinadas a un cierto orden (sic) establecido después del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras que hoy vivimos en un mundo donde el viejo orden cesó de existir y uno nuevo que convendría a los principales jugadores no ha sido aún establecido, y esto es lo que hace que “nuestros tiempos sean tan diferentes de la guerra fría”. ¡Sin duda!
Comenta en forma sensata que formalmente, todos suscribimos las normas establecidas de las leyes internacionales. Sin embargo, como la crisis ucrania ha demostrado una vez más, las viejas instituciones están perdiendo dramáticamente su eficiencia y las leyes internacionales se han vuelto víctimas de los intereses políticos.
Del lado de Estados Unidos no faltan tampoco las pocas voces conocedoras y racionales –marginadas por la masiva propaganda negra de los ignaros superbélicos–, como Theodore Postol, experto en armas nucleares y hoy profesor emérito de ciencia, tecnología y política de seguridad nacional en el MIT, quien rememora en forma pertinente cómo hace 20 años, una cadena de coincidencias casi (sic) provoca una crisis nuclear entre Estados Unidos y Rusia, cuyo riesgo es mucho mayor ahora (http://goo.gl/uQoNVi).
Dejando de lado su exhumación perturbadora sobre la vulnerabilidad del género humano ante un error de cálculo nuclear, Theodore Postol propone tres medidas para evitar el Armagedón: 1) la capacidad militar de la OTAN debe servir para persuadir, no provocar, mayores acciones negativas de Rusia; 2) Estados Unidos debe frenar sus esfuerzos peligrosos e insensatos (sic) de modernización de sus fuerzas nucleares, ya que este programa crea la apariencia de que Estados Unidos se prepara a luchar y a ganar una guerra nuclear con Rusia, y 3) Rusia debe tener acceso a tecnologías de sensores de satélites especializados, cuando tanto Estados Unidos como los europeos poseen esta tecnología y pueden abastecerla, lo cual ayudaría a corregir esta carencia peligrosa al igualar el campo de juego nuclear.
Nadie puede ganar una guerra nuclear que significaría la mutua destrucción garantizada de Rusia y Estados Unidos. Además, es innecesario que Europa padezca las consecuencias letales de su avaricia tecnológica y lo mejor consiste en su triple colaboración con Estados Unidos y Rusia, a la que deberían invitar a China e India.
Las superpotencias nucleares no tienen más remedio que acomodarse al nuevo orden global que, a mi juicio, es tripolar geoestratégico: Estados Unidos /Rusia /China.
Jen Psaki, vocera del Departamento de Estado que dirige John Kerry, rechazó las afirmaciones de Mijail Gorbachov y declaró, al contrario, que Estados Unidos continuará colaborando con Rusia en varios temas que incluyen Irán, Siria y el conflicto ucranio (http://goo.gl/Uv9RrT).
Quizá como pirueta acrobática para disminuir las tensiones en escalada, el jefe de estado mayor militar de Ucrania, Viktor Muzhenko, admitió que las tropas rusas no habían tomado parte en los combates de Donetsk y Luhansk (http://goo.gl/3Phs8z).
Fuentes del Pentágono exhiben una creciente preocupación por la interrupción de los canales militares de comunicación entre la OTAN y Rusia, y hasta el pugnaz general Philip Breedlove, de la fuerza aérea de Estados Unidos y comandante en jefe de la OTAN –quien se ha pasado amenazando a Rusia–, ahora desea restablecer contactos con los militares de Rusia y reanudar el diálogo con el general Gerasimov, jefe de estado mayor del ejército ruso (http://goo.gl/Sh1q7U).
En medio de tanta jeremiada escatológica, alivia que dos senadores del más alto nivel estratégico nuclear de Estados Unidos –Sam Nunn (Partido Demócrata) y Richard Lugar (Partido Republicano– exhorten a una cooperación entre Estados Unidos y Rusia, que deben arreglar su asociación en seguridad nuclear y reconocer el imperativo de proveer liderazgo global con el fin de prevenir el terrorismo catastrófico lejos de ganancias geopolíticas de regateo (http://goo.gl/1QuGHJ).
En la reciente comparecencia de dos geoestrategas –el teniente general retirado Brent Scowcroft, mormón del Partido Republicano, y Zbigniew Brzezinski, del Partido Demócrata– ante el Comité de Servicios Armados del Senado, que preside el superbélico senador John McCain, llamó la atención que el rusófobo Brzezinski haya diluido su vino en forma notable al exhortar al no ingreso (¡supersic!) de Ucrania a la OTAN con su concomitante finlandización, así como la adopción de medidas para intentar evitar la universalización (sic) del presente conflicto en Europa que lleve a una colisión global con Rusia, en particular en el Medio Oriente, donde incluso se puede llegar a compromisos creativos en Siria con la eliminación de los extremistas regionales (http://goo.gl/Zqs0Xo). Aquí el problema de Brzezinski es semántico, en cuanto a quién –y desde qué perspectiva– define el extremismo.
Lo óptimo es que no se han roto los últimos eslabones entre Rusia y Estados Unidos, mientras China se encuentra en la prudente retaguardia perpleja.
Más allá de la metáfora del reloj del juicio del día final (http://goo.gl/Rg8bRv), en contraste a la cronicidad letal del cambio climático, las consecuencias nihilistas de una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia serían inmediatas.
Al borde del precipicio, todavía existe un poco de tiempo para pasar del ominoso caos global al creativo nuevo orden tripolar geoestratégico del siglo XXI entre Estados Unidos, Rusia y China.
Casandra después de sus perpetuas advertencias tuvo razón con la destrucción de Troya. Hoy Estados Unidos y Rusia deben impedir que Casandra vuelva a tener razón.
[DEBAJO FOTO]
Donetsk, en el este de Ucrania, fue escenario de intensos combates el viernes 30, que dejaron varios civiles fallecidos. En la gráfica un hombre muerto por la metralla es recogido. Un intento de reabrir pláticas de paz fue abortado antes de empezar.
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