Obama’s Ambitious Agenda

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Al presentar, el martes, su sexto “Estado de la Unión”, el presidente Barack Obama no se centró en resumir los logros de su administración, sino en utilizarlos como base de una ambiciosa agenda para los próximos dos años, y más allá de ellos. Durante su discurso, defendió lo hecho hasta ahora, delineó lo que pretende hacer y lanzó un claro mensaje a la mayoría republicana en ambas Cámaras del Congreso: debemos buscar puntos de encuentro, pero cualquier iniciativa que pretenda echar atrás el camino andado –en salud, migración, regulación financiera y otros ámbitos– será vetada.

Obama se fundamentó en el concepto de “economía de clase media”, aplicado a las características y desafíos del siglo XXI, para sintetizar las principales propuestas de política interna. Su punto de partida fue que, con la economía en franca recuperación, un vigoroso crecimiento en el empleo, reducción del déficit fiscal, mejoras en el sistema de salud y el retiro de tropas de combate en Afganistán e Irak, es hora de “dar vuelta a la página” y emprender una nueva etapa del camino. Esta ruta debe estar orientada, principalmente, a incrementar los ingresos de la clase media, incrementar algunos créditos fiscales, ampliar sus oportunidades de estudio y capacitación, extender los programas de cuidado infantil y las licencias laborales por enfermedad, y a ampliar la infraestructura física y de telecomunicaciones.

Obama planteó que, a partir de sus iniciativas, no solo mejorarán las condiciones de vida de la población, sino que, también, Estados Unidos será más competitivo, generará más riqueza y mantendrá su liderazgo global. Para financiar los nuevos proyectos –sin duda, muy costosos– y, además, reducir las desigualdades en los ingresos, propuso modificaciones en la estructura tributaria, que incluirían no solo mayores impuestos a las ganancias y el capital, sino también una simplificación de las leyes vigentes e incentivos a las compañías que repatrien sus ganancias a Estados Unidos. Según sus cálculos, la combinación de estas medidas serán “fiscalmente neutras”.

La necesidad de nuevos acuerdos comerciales (transpacífico y transatlántico) y la de combatir el cambio climático estuvieron entre los principales componentes internacionales de su discurso. En materia de comercio, la mayoría republicana será, paradójicamente, un gran punto de apoyo. Varios legisladores demócratas, vinculados a intereses sindicales, no ven con buenos ojos una mayor apertura comercial; la mayoría de los republicanos, en cambio, la suscribe. En temas ambientales, sin embargo, será muy difícil que cuente con el apoyo del actual Congreso. Por eso, dependerá, como en otras iniciativas, de usar al máximo sus potestades ejecutivas.

Tras resaltar la interdependencia entre lo nacional y lo global, Obama insistió en la importancia de un liderazgo estadounidense que combine “el poder militar con una diplomacia vigorosa”, y que construya coaliciones para impulsar intereses comunes con otros países. Es un abordaje acertado y más consecuente con las necesidades y estructuras de poder del mundo actual. En esta línea defendió, apropiadamente, las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán, cuyo éxito no está asegurado, pero en las cuales se han producido algunos avances, y dijo que vetará cualesquiera sanciones prematuras del Congreso. También defendió su política hacia Cuba e instó a la eliminación del embargo.

En el contexto de la política estadounidense, una gran parte de su agenda interna se puede calificar de “liberal” (en el sentido de “intervención estatal” que en ese país le dan al término) y, por tanto, ya los republicanos han anunciado su rechazo a una gran cantidad de puntos. Sin embargo, lo que, en realidad, pretende el Ejecutivo es potenciar el enorme vigor de una economía basada en la libertad de mercado, para hacer que sus frutos se distribuyan mejor; para esto, esencialmente, apela a las transferencias. A la agenda interna se añade una actitud más estratégica, mesurada y de largo plazo en política exterior, que no solo contemple reaccionar militarmente ante las crisis, sino también abordar desafíos realmente globales y, además, impulsar intereses y valores con un mejor equilibrio entre fuerza y diplomacia. La consideramos acertada.

En síntesis, fue un buen mensaje, portador de una buena visión. La gran pregunta es cuánto de lo propuesto será posible impulsar bajo el dominio republicano del Congreso. Para lograrlo, Obama deberá poner a prueba su genio político, y añadir a su vocación de liderazgo (no siempre exitoso) una paciente disposición a negociar y ceder.

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