Islamic State Group: How to End It?

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El presidente Barack Obama confirmó lo que se temía. Que la joven Kayla Muller, la trabajadora humanitaria de 26 años de edad está muerta. Y una vez más el asombro e indignación nos invaden. No era combatiente ni tenía absolutamente nada que ver con la política exterior de Washington ni con los ataques aéreos que este país y sus aliados realizan en contra de terroristas.

Se desconocen detalles y la causa de su muerte, pero se teme ha sido una víctima más del grupo fundamentalista Estado Islámico y el Levante, mejor conocido como ISIS por sus siglas en inglés, EI en español, que nació en Irak, está basado en Siria y controla territorios en ambos países. Ellos la tenían como rehén.

Tras la universidad la joven originaria de Arizona viajó a la frontera de Turquía con Siria, en 2012, para colaborar con un centro de ayuda a los refugiados, y el 4 de agosto de 2013 fue hecha prisionera por el EI cuando salía de un hospital del grupo Médicos sin Fronteras, donde era voluntaria en la ciudad siria de Alepo.

La noticia de su muerte se confirmó sólo días después de que el EI hiciera público el asesinato de un piloto jordano, otro prisionero, al que enjaulado se le prendió fuego frente a las cámaras y luego de que dos japoneses fueron decapitados de la misma brutal manera que otros tres estadunidenses y dos ingleses, por quienes sus gobiernos se negaron a pagar millonarios rescates ni permitieron que sus familiares negociaran.

Esta vez al menos no vimos imágenes del llamado “Jihadi John” el enmascarado con acento británico que aparece en los videos llevando a cabo los degollamientos. El hombre más buscado del mundo de nombre Abdel Majed Bary, un rapero originario de Maida Vale al este de Londres, que abandonó la música para viajar a Siria y unirse al EI, un rival político de Al Qaeda, pero con la misma ideología.

EI de ser un grupo fundamentalista más, integrado por miembros de células terroristas en extinción, ha pasado a ser el grupo militante más peligrosos y poderoso del planeta. Su líder Abu Bakr al Baghdadi, de 43 años, tiene un doctorado en estudios islámicos y pasó cuatro años en una prisión para insurgentes de las fuerzas estadunidenses en Irak, donde se cree que hizo contactos y fortaleció su pensamiento radical.

Los analistas aseguran que el Estado Islámico floreció gracias a la guerra civil en Siria y al vacío de poder y las armas que dejaron las fuerzas del Pentágono al abandonar Irak. El grupo, que controla ya miles de kilómetros, donde la autoridad conocida se ha evaporado, ignora completamente fronteras internacionales. Su mayor logro hasta ahora ha sido la captura en junio de Mosul, la segunda ciudad iraquí en importancia, un hecho con el que sorprendió a Washington y al mundo.

Su objetivo es crear un gobierno islámico universal donde prevalezca la ley Sharia, una interpretación estricta muy particular del Islam, no sólo en la religión sino en todos los aspectos de la vida diaria, lo que atrae a muchos de sus fanáticos. De hecho, en los pueblos que ya controla, las niñas están separadas de los varones, las mujeres son obligadas a estar totalmente cubiertas en público, se ha prohibido la música en todas sus expresiones y las cortes imparten una justicia medieval.

Dinero no les falta, de ahí su poder y peligrosidad. Sus fondos provienen de rescates pagados por gobiernos europeos, extorsiones, amenazas, robos a bancos y tiendas que manejan oro y piedras preciosas. Han vendido piezas arqueológicas de sitios históricos y trafican con petróleo. Clave para la fuerza que el grupo ha adquirido, es que han sabido reclutar y canalizar el resentimiento de los hombres iraquíes de la religión sunni maltratados y dejados de lado por el gobierno chiita de Al Maliki impuesto y apoyado por Estados Unidos hasta hace poco.

Se estima que parte de su éxito y el gran número de combatientes que se les han unido, radica en que han llevado cierto bienestar social, servicios médicos y alimentos a poblaciones que estaban totalmente marginadas y abandonadas por sus líderes, pero esto no les quita lo brutal ni lo terrorista. La interrogante es ¿qué tanta culpa tiene Washington de su fuerza y cómo los combatirá? Hasta ahora parece que ni Obama lo sabe.

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