The Downfall of Brian Williams

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El ocaso de Brian Williams

LA caída de Brian Williams, presentador de noticias “estrella” de la cadena televisiva NBC en Estados Unidos, es una metáfora del descrédito de la televisión tradicional. Equivale al derrumbe de un líder político o al descrédito de un partido. Define los tiempos que corren.

Luego de la célebre generación de Walter Conkrite y compañía (la de Chester Huntley, por ejemplo), cuya credibilidad daba a los noticieros un aire a palabra de Estado, vino la nueva y no menos influyente camada: Dan Rather, Tom Brokaw y Peter Jennings, rostros de CBS, NBC y ABC. Tras muchos años de gozar de un “status” privilegiado, se toparon con la revolución mediática y todo cambió.

La gran televisión de señal abierta se vio opacada por la del cable y, más tarde, las redes sociales; en el vértigo de esa transformación, se empezó a examinar más de cerca, mucho más, lo que decían y hacían las vacas sagradas de la tele tradicional. El “rating” de los noticieros que durante décadas paralizaron el país a las 6.30 de la tarde se volatilizó: mientras que en 1985 un total de casi 50 millones de estadounidenses los veían, hoy poco más de 20 millones lo hacen. Y con el “rating” se desplomó la autoridad desde la que los presentadores les contaban el mundo a sus televidentes. El caso más sonado fue el de Dan Rather, que tuvo que renunciar a CBS cuando se supo que los documentos con los que había tratado de desacreditar el servicio militar de George W. Bush en plena campaña para la reelección, en 2004, habían sido fraguados. Fueron las redes sociales las primeras en dar la voz de alerta.

Luego de los tres tenores de la tele tradicional vino la siguiente generación, más joven, más moderna, más adaptada, se suponía, a la competencia del cable y el hostigamiento diario de la “social media”. Y hete aquí que Brian Williams, el príncipe de esa nueva generación, líder de audiencia entre los tres noticieros de señal abierta, acaba de ser suspendido por seis meses tras saberse que se había inventado un episodio como corresponsal de guerra en el turbulento Irak de 2003. Resulta que nunca estuvo en el helicóptero impactado por el proyectil de un lanzagranadas, como reiteramente contó. Ahora se empieza a cuestionar también que un cadáver haya pasado flotando frente a su hotel cuando cubría la tragedia causada por el huracán “Katrina”y otras historias de las muchas que lo tienen a él mismo como intrépido protagonista.

Una vez más fueron las redes sociales las que dieron la voz de alerta. En este caso, el ingeniero de vuelos del helicóptero en el que Brian Williams dijo haber viajado. Al ver esta información en la web de NBC, el soldado comentó que era mentira. No sospechaba que apenas días después acabaría con la reputación de Williams y dejaría sin su estrella al noticiero líder de la televisión tradicional.

Es muy saludable que los periodistas estén sometidos a la vigilancia social, ni más ni menos que los políticos o los empresarios. Esa vigilancia se ha traducido, por ejemplo, en la explosión de la sátira televisiva dedicada a cuestionar los noticieros. El fruto más jugoso que ha dado dicha actitud social es Jon Stewart, el comediante de “Comedy Central” cuya parodia de noticiero, “The Daily Show”, según una famosa encuesta de la revista Time hace pocos años, tiene mucha más credibilidad entre los jóvenes de menos de 30 años que los noticieros de NBC, CBS y ABC.

Los periodistas no son, ay, intocables. Ni siquiera los mejores.

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