Obama and His Anti-Islamic State Strategy

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En 2001, el Congreso estadounidense autorizó al presidente de los Estados Unidos para conducir una guerra global en contra de Al Qaeda. En 2002, el mismo Congreso autorizó al mismo presidente a expandir su ofensiva e intervenir en Irak. Unos años después, hubo que aceptar que esas estrategias no habían sido eficaces. Primero, porque las supuestas ligas entre los grupos terroristas y los estados a quienes se señalaba por auspiciarlos, eran endebles, inexistentes, o no determinantes para la supervivencia de dichos grupos. Segundo, porque el uso de estrategias terroristas por parte de actores varios contra civiles, nunca disminuyó, sino que aumentó dramáticamente, sobre todo en los sitios invadidos. Y por último, porque Al Qaeda se había transformado en una serie de organizaciones muy distintas a su formato original, por lo que combatirla se tornaba en algo bastante más complejo de lo que inicialmente se pensó.

Trece años después, un nuevo presidente estadounidense envía una iniciativa a su Congreso, en esta ocasión pidiendo autorización para combatir a una entidad terrorista llamada Estado Islámico (o ISIS). De hecho, esta iniciativa no es sino la formalización de una estrategia que ya estaba siendo implementada desde hace meses. Sin embargo, la iniciativa es muy relevante. Esencialmente porque formaliza el reconocimiento de diversas realidades, unas de manera más explícita; otras menos: (1) De entrada se admite que la lucha contra ISIS tomará varios años, prolongándose hacia el mandato de la próxima administración, cuando menos, (2) El solicitar autorización para combatir, sin restricción, a “grupos o personas asociadas” a ISIS, es el reconocimiento de que desde Australia hasta Canadá o Europa, no hay límite al espacio geográfico en el que la idea de ISIS ha permeado o puede permear, independientemente de que se reduzcan sus posiciones en Irak o en Siria, (3) En el fondo se está reconociendo que someter a ISIS, un grupo que se origina en Irak y que amenaza la misma existencia del estado iraquí (además del sirio), no es algo que pueda ser efectuado por las fuerzas de seguridad iraquíes por sí solas, (4) Por lo tanto, al solicitar autorización para regresar a “salvar” a ese país, tácitamente se acepta que el repliegue estadounidense de Irak ‐tras una intervención de ocho años‐ fue prematuro, mal planeado o deficientemente implementado; es una forma de dar la razón a aquellos como Mc Cain que decían que el retiro debió efectuarse mucho más lentamente, (5) Por último, la ofensiva contra ISIS, un grupo derivado de Al Qaeda, trece años después de haber solicitado amplia autorización para “terminar con ella” es al final del camino, la aceptación de que tras años e incontables recursos materiales y humanos invertidos, el combate a esa organización ha sido ineficaz o cuando menos, insuficiente.

Uno podría entonces decir que la estrategia de Obama reconoce y corrige los errores del pasado. El problema es que no. De acuerdo a lo que se ha estudiado acerca del terrorismo, este tipo de estrategias pueden sí, contener el avance de grupos como ISIS, quizás reducir sus posiciones, su fortaleza material y golpear a su liderazgo, pero difícilmente disminuyen la utilización de tácticas terroristas, y muchas veces solo terminan por producir escisiones y mutaciones de las mismas organizaciones atacadas.

ISIS no es “un nuevo grupo” en sentido estricto, sino una especie de Al Qaeda 2.0. ISIS formaba parte de Al Qaeda en Irak y apenas en 2014 se separa de su “matriz” para ahora disputarle el liderazgo de la jihad global. Así que podríamos decir que Estados Unidos sigue ‐trece años después‐ combatiendo a Al Qaeda, salvo que en una versión transmutada, mucho más entrenada en estrategias psicológicas y de comunicación del horror y la violencia, y lamentablemente, mucho más acabada en términos de atraer seguidores duros y suaves en todo el planeta. ISIS como escisión de Al Qaeda, surge y se nutre de dos conflictos: el iraquí y el sirio. La estrategia para combatirle desde el aire con solo cierto apoyo por tierra, necesariamente requiere de la asistencia de milicias y grupos locales varios, tanto en Siria como en Irak. Muchos de estos grupos hoy se encuentran en plena guerra civil, algunos de ellos incluso pelean entre sí. Asumir que estos grupos conforman un cuerpo unificado “anti‐ISIS”, y en todo caso, asumir que cuentan todos ellos con la capacidad de combatirle, o bien es un error de cálculo, o bien una salida política a falta de alguna otra mejor. Es posible, sí, que con esa estrategia se logre contener el avance de ISIS y quizás, se le pueda arrebatar varias de las posiciones que hoy controla. Sin embargo, si ISIS retiene algunas localidades y se mantiene cometiendo graves actos terroristas contra la población civil como los que ocurrieron en Bagdad esta misma semana, o bien, si se mantiene secuestrando gente y propagando el terror a través de sus videos y tácticas de comunicación masiva, tras un tiempo, se podría generar la percepción de que la campaña aérea no está teniendo el efecto esperado. Por tanto, muchos en Washington empezarán a presionar para incrementar el número de tropas estadounidenses en tierra, regresando a la superpotencia a trampas que ya conocemos.

El tema central es que las estrategias de contención y combate a ISIS, no están siendo acompañadas por la solución integral de lo que subyace en el fondo del nacimiento, reproducción y transformación del fenómeno de Al Qaeda en Irak ‐hoy transfigurada en Estado Islámico‐ es decir, la resolución de raíz de los conflictos sirio e iraquí. Siendo conflictos no solo locales, sino alimentados por potencias de dentro y fuera de la región, solo la comunidad internacional podría tener algún grado de eficacia en la mediación y en la implementación de acciones para generar condiciones de paz tanto en Irak como en Siria. La alternativa es seguir eternamente en el ciclo de crear, recrear, nutrir y reproducir cuerpos y mutaciones de esta clase de violencia que cuando llega desconoce y mata sin clemencia, y cada vez de peores maneras.

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