John Boehner es el republicano más poderoso del país, el político más influyente en Washington después del presidente y del vicepresidente. Es el líder de la Cámara de Representantes y también el llorón más conocido de esta nación. Y ahora tiene nuevas razones para derramar lágrimas al ser repudiado por legisladores de su mismo partido, muchos de los cuales quisieran quitarlo del puesto, aún sabiendo que con eso lo harían llorar.
Boehner, el miembro del Congreso con más bronceado y con menos popularidad, 20 por ciento, está siendo humillado públicamente por sus propios colegas republicanos, a muchos de los cuales no puede controlar porque piensan que no es lo suficientemente derechista y conservador. Otros lo acusan de débil, inseguro y de no oponerse lo suficiente a Barack Obama y a los demócratas en general.
Hace mucho que se sabe que abundan los ultraderechistas que están hartos de él y en los últimos días parecen más enojados que nunca y no se sabe cuál será su futuro político, si es que tiene alguno. Nadie se atreve a pronosticar qué pasará con él, pero mucho se teme que tras cinco años como líder congresional, los republicanos de línea dura podrían forzarlo a renunciar, ya que ha ido de crisis en crisis y el decontento con él ha aumentado en los últimos meses. Boehner, sin llorar, ha descartado esa posibilidad, pero ya se empieza a mencionar como posibles sucesores a Paul Ryan, de Wisconsin, y a Kevin McCarthy, de California, sólo que se supone que éstos son sus amigos, le son leales y nunca lo traicionarían ni harían llorar.
Y es que Boehner es el llorón del pueblo. Llora cuando habla de su infancia y de su juventud; cuando se refiere a su familia o a niños; cuando el tema son los caídos en Irak y Afganistán, o cuando relata la manera en que superó la pobreza. Estalló en llanto en noviembre cuando los republicanos ganaron el control de ambas cámaras, y más recientemente en una entrevista por televisión en la que dio una visita guiada por el Capitolio. Y lloró aún más cuando luego en el mismo programa le pidieron hablar de sus inicios.
Antes lloró abiertamente en sesiones de la cámara en discursos sobre gastos militares o cuando algún veterano narró en la tribuna sus experiencias como prisionero de guerra. Ha estallado en llanto cuando le dan galardones o reconocimientos y se sabe que llora constantemente en sus torneos de golf o cuando se acuerda de sus cuates de antaño y, sin fallar, cuando ve izar la bandera o presencia homenajes patrióticos.
En realidad, quienes están cerca de él dicen que llora por todo, pero los temas que más provocan sus lágrimas son los soldados y el recuerdo de su pasado como el segundo de una familia de Cincinatti, católica, sin recursos y con doce hijos. Boehner es ahora un millonario, pero no puede contenerse cuando le viene a la memoria la casa de sólo dos recámaras donde creció compartiendo una habitación con sus hermanos.
“Soy muy emocional y hay temas de los que simplemente no puedo hablar sin llorar”, ha reconocido Boehner en repetidas ocasiones. Algunos dicen que llora porque es demasiado sensible, otros dicen que es una maniobra política para ganar seguidores y no falta quienes opinan que es algo relacionado con su consumo de alcohol, ya que no es secreto que a este congresista de 65 años, fumador empedernido, le gustan los rojos Merlot y que es visitante asiduo de los bares en las cercanías del Congreso.
Sus adversarios dicen que su constante llanto es preocupante y argumentan que le falta carácter, pero sus seguidores afirman que llora porque los temas le llegan al corazón. En todo caso, no es el único político en Washington al que le ha dado por llorar. De hecho, ambos Bush derramaron lágrimas en alguna ocasión. Y Hillary Clinton, John Kerry y antes Edmund Muskie lloraron en campaña cuando buscaban la Casa Blanca.
Nada malo con llorar. Pero imaginemos al presidente Obama, secándose los ojos, escurriéndose la nariz y haciendo pucheros en público, ya sea aquí o en el extranjero. Y Boehner, no hay que olvidarlo, es el segundo en la jerarquía para sucederlo como el hombre más poderoso del planeta, sólo después del vicepresidente Joe Biden, en caso de una emergencia.
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