Educational Freedom: Colleges Adrift

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Los Padres Fundadores de Estados Unidos vieron con claridad que una sociedad libre sólo podía avanzar con una población educada.

Desde entonces, las universidades de Estados Unidos fueron creándose y creciendo para convertirse después en ejemplo de la educación superior para el mundo.

De esas universidades salían científicos, humanistas, gentes de leyes y todo tipo de profesionales preparados para hacer frente a la vida. Junto a las especializaciones y carreras, la universidad americana impartía un sólido sentido a favor de la libertad, de la historia de este país y del importante valor de la Constitución. Nadie dudaba del valor y la importancia de una educación auténticamente liberal (en el sentido clásicode la palabra) que llevó a nuestro país a convertirse en la primera potencia mundial.

Desde los años 60 del siglo XX, sin embargo, con la paulatina infiltración en los campus universitarios del relativismo cultural de raíz marxista y del voluntario olvido o tergiversación de la historia, los programas de estudios, los departamentos académicos, las facultades y las universidades en general se fueron poblando de un creciente grupo de individuos que acabaron dominando y transformando para mal el sentido de lo que era la educación superior en este país. Se trataba y se trata todavía hoy de una especie de “quinta columna”, formada por un conjunto de profesores y en buena medida, también de administradores, que se han convertido en parásitos intelectuales de la comunidad en la que viven, no tanto en muchos casos por acción directa sino por omisión: la omisión de no enseñar los valores de la libertad y las enseñanzas de la historia.

Bajo un falso concepto de la libertad de expresión, las universidades están hoy regidas por un relativismo cultural que tiene poco a favor del progreso y un afán de lo políticamente correcto que está dejando a nuestros hijos en la mayor oscuridad en cuanto a lo que significa realmente la base fundacional de la libertad en este país. El adoctrinamiento ideológico en contra de la auténtica libertad ha quedado ya ampliamente documentado gracias a libros como The Closing of the American Mind (de Allan Bloom), Illiberal Education (de Dinesh D´Souza), Tenured Radicals (de Roger Kimball), The Professors (de David Horowitz), Brainwashed (de Ben Shapiro), por citar sólo algunos.

Algunas organizaciones como la “National Association of Scholars” (NAS) han intentado devolver la cordura a tanta sin razón en las universidades, pero siempre quedan en minoría, a menudo discriminadas o vistas como parásitos en el macromercado de la intelectualidad tiránica que hoy puebla y controla la politizada red de organizaciones universitarias. Sería interesante realizar un análisis de los modos en que los departamentos de Ciencias Políticas, por ejemplo, enseñan la Constitución, si es que la enseñan. Un reciente estudio de la misma NAS (The Vanishing West, 1964-2010) documentó ya el paulatino olvido de la enseñanza de la historia, de los valores de libertad de Occidente. Este problema, además, se ha extendido incluso a los cursos de enseñanza elemental y media, como prueban los informes del propio gobierno de Estados Unidos a través de iniciativas en torno al progreso educativo (por ejemplo, el National Assessment of Educational Progress). Lo mismo puede decirse de informes a cargo del “American Council for Trustees and Alumni”, sobre la falta de conocimientos históricos de nuestros jóvenes.

Llevamos ya varias décadas donde las aulas se han politizado, donde se ha trivializado la enseñanza, se ha fulminado el ideario de la libertad que hizo posible este país. Los grandes libros de la cultura occidental brillan por su ausencia en los campus universitarios, con las humanidades y las ciencias sociales vertebradas sobre pilares únicamente preocupados en asuntos de raza, clase o género. Entretanto el costo para las familias por llevar a sus hijos a la universidad se ha incrementado exponencialmente, con modelos de negocio insostenibles, con administradores bien pagados viviendo en un mundo distinto al de un profesorado no tan bien remunerado pero agarrado a puestos de trabajo fijos de por vida.

El clima de la mayoría de las universidades no propicia el debate de ideas y favorece el pensamiento único que excluye los valores tradicionales y conservadores. Los escándalos de plagiarismo, fraude investigador, inflación de notas y títulos corren paralelos al adoctrinamiento que favorece además a ciertos grupos étnicos y a todas aquellas ideologías que rompen con las bases de libertad que fue germen de nuestro país.

Todo esto, en fin, ha llevado a la cada vez más obvia fractura de la educación universitaria en Estados Unidos. Vivimos hoy tiempos peligrosos para la libertad. Las universidades deberían ser centros para propagar esa libertad y formar futuros líderes. Hoy, lamentablemente, y con la excepción de un puñado de universidades, más parecen centros de adoctrinamiento de fracasadas ideologías marxistas siendo así otra amenaza más para el futuro de la libertad en Estados Unidos.

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