The Messianic Role of the United States Post-Cold War

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Dada la multiplicidad de redes de poder interconectadas, resulta complejo entender la política exterior norteamericana de la “posguerra fría”. La interdependencia generada desde los centros del capitalismo, especialmente Estados Unidos ha abierto las fronteras nacionales.

Los límites internacionales se tornan difusos y permeables, ante los flujos de capital informático y tecnológico, nueva realidad asociada con el surgimiento de nuevos actores no estatales, a veces de carácter transnacional, cuestionando la hegemonía norteamericana a partir de sus contrapoderes o antipoderes.

En la óptica de la Casa Blanca, frente la realidad expresada por la globalización, las alternativas para encarar los retos inherentes a ella son diversas. No puede olvidarse que hay una íntima relación entre la composición del sector de la élite política que detenta el gobierno y su proyección externa.

Para un gobierno que avizore al mundo como el ámbito de una compleja interdependencia, lo ideal sería cooperar con los actores internacionales en la mayor cantidad de espacios posibles y actuar aisladamente en forma excepcional.

Pero la actual administración de Washington se mueve en otro sentido, prefiriendo actuar sola siempre que pueda y cooperar solo si se ve compelido a ello. El punto de inflexión que significó para esta política el 11 de septiembre de 2001 (11-S), quizá valdría la pena intentar ver el antes y el después partiendo de una perspectiva comparada.

Desde su surgimiento como nación, en su pensamiento está arraigada la idea, de que la defensa y promoción de los intereses norteamericanos, es una condición paralela a los intereses de la humanidad.

Ese nacionalismo mesiánico inherente a su cultura, explica por qué cuando los estadounidenses buscaban legitimar sus acciones en el exterior, no invocaban a las instituciones supranacionales sino a propios principios. Días antes del ataque nipón a Pearl Harbor, el magnate republicano Henry Luce publicó en la revista Life un artículo intitulado “El Siglo Americano”.

En el mismo Luce, exhortaba a los políticos norteamericanos a aceptar su deber y oportunidad de convertir a Estados Unidos en la nación más poderosa “de la cual las ideas se esparzan por todo el mundo”. Ello se constituyó en el principio rector de la política externa estadounidense tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Para materializar ese sueño, los gobiernos norteamericanos han hecho todo cuanto han podido. Para ello, una idea esencial es limitar el poderío individual emanado de los Estados-Nacionales y así reorganizar las relaciones internacionales a su antojo.

Como señala William Polk, la idea de la “misión salvadora” de Estados Unidos es compartida por muchos ultraconservadores de todo el mundo y resulta muy popular entre algunas minorías fundamentalistas norteamericanas.

Por eso, han apoyado la creación de estructuras interestatales con visos de supranacionalidad en sus decisiones, como la Liga de las Naciones y las Naciones Unidas (sometidas en términos de seguridad y atadas económicamente desde Bretton Woods), etc.

Pero tales estructuras solo tienen sentido en tanto se subordinen a su dominación, como instituciones legitimantes de la política exterior norteamericana. Para algunos políticos norteamericanos su única función es ratificar las decisiones tomadas en Washington.

Cuando los intereses de los aliados no coinciden con los de la Casa Blanca, entonces desaparece el único motivo para tratar de mantener el consenso: la necesidad de legitimar sus políticas ante los demás.

La vertebración de un sistema que consagre la hegemonía de Estados Unidos en el siglo XXI pasa, según los autores del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano: “establecer y mantener una fuerte presencia militar en Oriente Próximo”.

El control en primera línea de una región de esas características –rica en petróleo, a un paso de las reservas de crudo y gas natural de Asia Central y que le permitiría vigilar más de cerca a China, con categoría de potencia en expansión– formaría parte de un proyecto geoestratégico mucho más vasto, para reeditarse como “número uno” del sistema internacional.

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