Goodbye to Uncle Sam?

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El que, una vez más, las delegaciones de los 35 países que se hicieron presentes en Panamá para la VII Cumbre de las Américas, que concluyó el sábado, no hayan logrado un acuerdo que condujera a una declaración final no menoscaba la importancia de una cita que, como ya varias voces lo han señalado, esta vez trascendió con creces el ámbito protocolario.

Da fe de lo anterior la histórica postal que deja el evento: el encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro. Este cara a cara, más que un tenso, casual y aislado apretón de manos entre líderes de naciones antagonistas por más de 50 años, como tantos otros que se han producido en estas cumbres bajo la máxima de que lo “cortés no quita lo valiente”, es el símbolo de fuertes vientos de cambio que han llegado a la región y cuyo rumbo e intensidad en gran medida comenzaron a definirse, pero ante todo a revelarse en el istmo. La cumbre fue, así mismo, un escenario en el que Colombia renovó, en buen momento, los apoyos al proceso de paz y en el que consiguió echar a andar la ambiciosa y loable iniciativa del sistema educativo interamericano.

Los mencionados vientos tienen que ver con dos aspectos fundamentales: la incertidumbre económica y, en menor medida, política que hoy se vive en la región, que coincide con el evidente interés del país del norte de reformular su relación con América Latina, justo cuando su economía parece haber roto la inercia y poco a poco vuelve a encarrilarse.

Sobre lo primero, hay que recordar el fin del auge de los productos básicos a la sombra del cual la región registró cifras sorprendentes de crecimiento en años recientes. Situación que pone en entredicho logros significativos y aplaudidos por todo el planeta en la tarea de reducir la pobreza y de fomentar el crecimiento de la clase media.

Las previsiones que recientemente reveló la Cepal, que apuntan a un aumento del PIB regional de apenas 1,0 por ciento para el 2015 –luego de que esta cifra fue del 2,2 por ciento–, no hacen sino potenciar el clima de zozobra y evidente pesimismo. En la política, a la mano está la crítica situación de Venezuela, que se suma a la inestabilidad que por culpa de escándalos de diverso calado marca por estos días el ambiente político en Brasil, Argentina y Chile. Dos factores más deben mencionarse: las señales de retirada de China y el previsto aumento de las tasas de interés de la Reserva Federal, que sin duda afectará la inversión extranjera en esta parte del mundo.

Y es en este contexto –que incluye, como ya se ha comentado desde estos renglones, el rol cada vez más tenue de Brasil como líder regional– en el que EE. UU. ha querido reformular su relación con la región, camino en cuyos primeros pasos oficiales comenzó a dar la semana pasada en Panamá. A juzgar por las palabras de Barack Obama, la intención es sepultar los fantasmas de la Guerra Fría –de la cual este continente fue escenario de buena parte de sus lances–, lo que incluye, al menos en la forma, dejar de lado cualquier matiz intervencionista; expedirle acta de defunción, ahora sí, al Tío Sam.

Al menos eso es lo se puede leer entrelíneas en el discurso de Obama al referirse al nuevo orden que deje atrás “las ideologías del pasado”. Tomar distancia de ellas, con acciones más que con discursos, será ahora el reto. La expectativa es enorme.

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