Falta más de año y medio para las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, pero ya hay un elenco de aspirantes digno de una obra shakespereana, o tal vez de algún autor surrealista o de influencia kafkiana.
Cosa inusual, a estas alturas el Partido Demócrata ya tiene bastante claridad en cuanto a su candidato, o mejor dicho candidata, preferido. A menos que suceda algo verdaderamente imprevisto, Hillary Rodham Clinton será la abanderada. Aunque perdió la nominación estrepitosamente hace ocho años frente a Barack Obama, no parece hoy haber quien se le enfrente a esta mujer que, además de ser todo un personaje, forma parte de la que es indudablemente el binomio político más formidable de los tiempos modernos en EU.
La dupla de Bill y Hillary sigue siendo, 23 años después, un aparato excepcional para recaudar fondos, tejer alianzas y obtener los beneficios de la que ha sido una carrera política que bien podría no sólo trascender las líneas conyugales, como ya lo ha hecho, sino también eventualmente volverse hereditaria.
Hereditarios son también los estilos en el Partido Republicano, donde podría darse el caso inusitado de que un tercer miembro del clan Bush llegase a la Casa Blanca. Jeb ha hecho una carrera relativamente parecida a la de su hermano George, en Florida en vez de Texas, donde su gubernatura fue razonablemente afortunada, lo suficientemente al menos para dejarlo como el precandidato a vencer, aun no habiendo formalizado sus intenciones, que lo son claras para todos.
Acompañarán a Bush varios compañeros, unos más presentables que otros. Desde el verdaderamente impactante Ted Cruz, que combina la más profunda ignorancia con la más intensa incontinencia verbal, hasta el mucho más interesante Marco Rubio, cuyas raíces latinas compensan un poco su muy conservadora postura en materia migratoria y podría ayudar a los republicanos a vencer el veto latino, que se han ganado a pulso en los últimos años con su ferviente rechazo a una reforma de fondo en materia de migración que ayude a los millones en las sombras a salir del clandestinaje.
Ellos dos y varios más han arrancado ya en busca de lo que será una muy disputada candidatura, en la que veremos golpes bajos, guerra sucia y mucho radicalismo populista. Tristemente para el que alguna vez fue símbolo de la cordura y moderación conservadoras, el Partido Republicano hoy lucha contra sus fantasmas: los del Tea Party que amenazan con secuestrarlo, con los del ala radical religiosa sin la cual ya ningún candidato republicano puede ganar, y los excesos neoliberales de algunas de sus mentes más brillantes y a la vez desconectadas de la realidad.
A más de un año y medio es prematuro cualquier vaticinio, por lo menos del lado de republicano. Lo único que sí está garantizado es un auténtico festival de odio y resentimiento contra la gestión y la persona de Barack Obama, que se ha convertido en el símbolo de todo lo que detestan los WASPs de toda la vida y quienes aspiran a ser como ellos.
Poco, muy poco queda del establishment republicano, ese que iba a las grandes universidades, que había viajado, leído, estudiado y cuyo conservadurismo estaba basado en el conocimiento. Hoy tenemos, en cambio, a una derecha ignorante y orgullosa de serlo, con una visión que quisiera estar basada en la religión, pero que ni siquiera lo logra, pues su lectura de las escrituras esta limitada por su cerrazón mental y sus limitaciones intelectuales.
A esos se enfrentará Hillary, quien no tendrá probablemente contrincante en el proceso interno de los demócratas pero que ya recibe fuego granado de todos los aspirantes republicanos. La odian por ser demócrata, por ser la continuidad del muy exitoso modelo de Bill, por ser mujer, por haber trabajado con Obama. Y la odian por ser pensante, articulada y dura como un clavo.
Esa será la contienda. Tendremos año y medio para observar, como en laboratorio, en lo que se ha convertido la clase política estadounidense.
Sería de risa si el futuro del mundo no estuviera en sus manos.
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