Obama Faces the Challenge of Stopping One of the Great Disgraces of the US: Racism

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Entre los asuntos nacionales por los que será recordado el tramo final del mandato de Obama como presidente de Estados Unidos destaca, sin duda, el estallido racial. La llegada del primer afroamericano a la Casa Blanca fue un hito histórico en la lucha por la igualdad de los negros. Pero, paradójicamente, las organizaciones de derechos civiles coinciden en que Obama ha hecho bien poco para paliar el racismo.

Los graves incidentes en Baltimore tras la muerte del joven negro Freddy Gray, mientras era trasladado por la policía a una comisaría, aumentan la escalada de tensión que se vive sin solución de continuidad en buena parte de EEUU desde los incidentes de Ferguson del pasado agosto. La Fiscalía anunció ayer que presentará cargos contra seis agentes porque considera que estamos ante un homicidio y que el arresto fue ilegal. Al margen de los factores económicos, detrás del hartazgo de la población afroamericana está la brutalidad policial. Resulta inaceptable que las autoridades federales sigan sin impulsar, en coordinación con las estatales, una inmediata y profunda reforma de los cuerpos de seguridad para desterrar sus aberrantes prácticas de discriminación en el trato a las minorías.

Los datos resultan elocuentes. A pesar de que los afroamericanos sólo son el 13% de la población estadounidense, protagonizan casi el 30% de los arrestos y suponen el 36% de los reclusos. Las frías estadísticas demuestran que un joven negro tiene 21 veces más posibilidades que un blanco de morir tiroteado por la policía y tres de cada cuatro condenados a cadena perpetua son negros. Los informes de la Fiscalía General de EEUU reflejan sesgos xenófobos en los agentes, que se traducen en detenciones arbitrarias, malos tratos e incluso muertes. El fiscal Eric Holder admitió que contempla desmantelar la policía de Ferguson tras una investigación que desvelaba intolerables actitudes.

El racismo que sigue imperando en EEUU es una de las grandes vergüenzas de esta nación. El mes pasado, Obama dejó bien claro en el emblemático Puente Edmund Pettus, del que partieron las grandes marchas por los derechos civiles de los años 60, que la lucha contra la desigualdad que sufren las minorías étnicas «no ha terminado». En Baltimore, además, como en tantos otros lugares, se da la tormenta perfecta, ya que la población negra -mayoritaria- sufre desigualdad, pobreza y marginalidad provocadas por la crisis que ha golpeado a una ciudad antiguo motor económico. Obama debe actuar ya ante un desafío prioritario.

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