Back to the Wild West

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De vuelta al Lejano Oeste

El viento de 20 grados bajo cero intenta colarse por el espacio entre la gorra y su rostro. Las mejillas, descubiertas, han enrojecido y sus ojos lagrimean intentando protegerse del embate sostenido de ese frío glacial. Camina despacio, aunque quisiera correr, pero el vendaval sopla en sentido contrario y la frena a cada paso. Marina llegó a Nebraska cuando era un bebé de brazos e ignoraba que el viaje de un mes se convertiría en una estadía de casi dos décadas.

Sus padres la trajeron con una visa de turismo y se quedaron en Omaha intentando construir una vida mejor, lejos de la violencia y la pobreza que cubría el norte de México como un manto de muerte.

Hoy, Marina tiene 19 años y consiguió un trabajo en la cocina de un restaurante. Lava platos sin parar, limpia el suelo y los largos mesones donde los cocineros preparan la comida en un ciclo que no se detiene desde las 11 de la mañana hasta las 9 de la noche. Ahorró un poco de dinero para comprarse un carro y poder manejar a su trabajo, a cuatro kilómetros de su casa. Pero todavía no lo había comprado porque Nebraska tiene prohibido darles licencias de conducción a los jóvenes inmigrantes indocumentados que llegaron aquí cuando eran niños.

Estos jóvenes se hacen llamar ‘Dreamers’ (Soñadores). Su nombre viene del Dream Act: Development, Relief, and Education for Alien Minors (Desarrollo, alivio y educación para menores extranjeros). La propuesta legislativa les da un alivio a estos jóvenes para tener acceso a la educación y les permite permanecer en Estados Unidos de manera provisional. Pero Nebraska sigue prohibiendo que puedan conducir, a pesar de que las ciudades están planeadas en amplias extensiones de territorio con un paupérrimo sistema de buses que termina hacia las seis de la tarde. A pesar de las temperaturas inhumanas que alcanza la región de noviembre a marzo.

Prohibirles conducir a estos jóvenes significa obligarlos a caminar largas distancias en medio de inviernos que oscilan entre los -7 y los -20 grados centígrados. El senador Bill Kintner, republicano hasta los tuétanos, defiende su veto, pues considera que “los progresistas han intentado apoderarse de nuestro Estado y hacer que sea como California, como Nueva York, hacer que sea como todos los Estados izquierdistas y progresistas: blandos con la inmigración ilegal dándoles licencias de conducción a los ilegales”, le dijo a Fox News.

Su postura revela una añoranza por esos tiempos del Lejano Oeste donde los forasteros solían pagar con su vida el oprobio de visitar estas tierras. Su añoranza por ese pasado de saloons, de vaqueros y sheriffs los anima a obligar a cientos de jóvenes a caminar kilómetros en pleno invierno. Para desgracia suya, la gran mayoría del Congreso está en el siglo XXI.

Dice el analista Matthew Pearson sobre Bill Kintner que “llamarlo ‘racista’ sería limitar el espectro de sus creencias y comportamientos inaceptables. Su ideología es un arcoíris donde aparecen todos los matices posibles de la vileza humana”.

Kintner y otros nebraskeños republicanos consideran delincuentes a estos niños y de allí decidieron vetarles su posibilidad de manejar, como solo antaño podían montar a caballo los capataces de las fincas. Tal vez añoren, incluso, la prohibición de los matrimonios interraciales, la prohibición de la enseñanza del español y el acceso a la educación para los negros nietos de los esclavos. El lejano Oeste todavía sobrevive en la mente de hombres como Kintner y se nutre de movimientos latentes como el Tea Party. Solo el tiempo, la compasión y la cordura dirán si Marina podrá recorrer en un modesto carro esos cuatro kilómetros este invierno hasta su trabajo, o si la obligarán, otra vez, a recorrer ese gélido sendero en una ciudad que se niega a acoger el pecaminoso progresismo de California o Nueva York.

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