¿La Casa Blanca? Estás despedido, Donald Trump
El empresario estadounidense debería mirar su historia familiar y un mapa antes de atacar a la inmigración y a México
Jorge Marirrodriga 19 JUN 2015 – 00:00 CEST
“¡Estás despedido!”. Esta frase —tremenda para millones de personas en todo el mundo— hizo famoso en la pantalla televisiva a comienzos de la década pasada al empresario y multimillonario estadounidense Donald Trump, quien era la estrella de The Apprentice (El principiante). Se trataba de un reality show en el que un grupo de jóvenes daba lo que se suponía que eran sus primeros pasos en el implacable mundo de los negocios bajo la atenta mirada de Trump pasando toda clase de pruebas que tenían poco que ver con las finanzas y mucho con el espectáculo. El climax de cada programa venía cuando Trump reunía a los concursantes y les animaba a despellejarse entre ellos en plan gladiadores de escuela de negocios buscando la continuidad en el programa. Finalmente, el empresario intervenía —naturalmente en el papel de César— y decidía quién seguía vivo en su show y quién moría, catódicamente hablando. A estos, tras un infumable discurso de ganadores y perdedores los miraba a los ojos, sonreía y sentenciaba: “Estás despedido”. Y ahí acababa todo, porque luego, como siempre pasa, venían los anuncios.
The Apprentice hace años que terminó, pero Trump todavía no lo sabe. Ahora ha anunciado su precandidatura a la Casa Blanca con un insultante discurso hacia millones de personas y una nación amiga de EE UU: México, que también se llama EE UU y también está en Norteamérica, por cierto. Pero esto Trump tampoco lo sabe. En una de las intervenciones más racistas que se recuerdan en alguien con aspiraciones presidenciales, Trump ha dicho, entre otras barbaridades, que México es un país de “drogas y violadores” y ha propuesto construir en la frontera un muro que, naturalmente, pagarían los mexicanos. Solo le faltó encargarle allí mismo la tarea a algún becario de The Apprentice.
Trump está preocupado porque quiere que EE UU siga siendo EE UU y no una tierra adonde lleguen extranjeros que —cosas sin importancia— han hecho de ese país la democracia más próspera de la Tierra. Extranjeros como por ejemplo su propia madre, Anne McLeod, nacida en Escocia. Un país en el que quede claro que todo el árbol genealógico ha nacido entre el Atlántico y el Pacífico y no como su abuelo, un inmigrante alemán de apellido Drumpf que cambió por Trump. Un país en el que un empresario gane su primer dólar en una ciudad de nombre inequívocamente anglosajón. Como él mismo, que hizo su primer negocio en Cincinatti, que toma su nombre del cónsul romano Lucio Quinto Cincinato. Hay que entender a Trump: cualquier día llegan los inmigrantes y le ponen un nombre español a Los Ángeles o San Francisco.
Es comprensible el enojo y la indignación del Gobierno mexicano ante las barbaridades de Trump, pero conviene no perder de vista que esta no es la primera vez que utiliza la democrática carrera hacia la Casa Blanca para hacerse publicidad. Ya lo hizo hace cuatro años y solo demostró una patética irrelevancia política. El pueblo es sabio y está deseando decirle: “¿Tú a la Casa Blanca? Estás despedido”. Y luego, los anuncios.
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