The South China Sea: A Geopolitical Hotbed

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El Mar del Sur de China: un hervidero geopolítico

China no puede olvidar la mala manera en que aprendió que no puede ignorar al mundo o a su situación geopolítica, pero al parecer ahora debe aprender a ejercer su poderío.

Una pista aérea y algunas instalaciones portuarias construidas en una isla artificial en el Mar del Sur de China es la representación física de las preocupaciones geopolíticas de la República Popular de China y sus vecinos.

El islote artificial fue construido por China en los dos últimos años, en una región de enorme interés estratégico, pero en la que sus intereses chocan con los de otras naciones ribereñas y de paso con la potencia naval predominante en el mundo: Estados Unidos.

Tanto China como Estados Unidos alegan la necesidad de garantizar la seguridad y la navegabilidad en una zona que se extiende a más de 600 kilómetros al sureste de las costas chinas y cubre de hecho una ruta marina por la que pasa más de 50% del petróleo mundial y 80% de las exportaciones e importaciones chinas.

Pero los reclamos chinos sobre las llamadas islas Paracel y el archipiélago de las Spratly encuentran resistencia de países como Vietnam, Filipinas y Malasia, sin contar la competencia de Taiwán en cuanto al reclamo de soberanía.

Al margen de la importancia estratégica, China alega viejos derechos sobre islas o islotes que en tiempos pasados le sirvieron como refugio, bases de reaprovisionamiento para sus navegantes o sus barcos de pesca.

Ciertamente esos antiguos derechos otorgan una validez a sus reclamos, pero no contribuyen a la tranquilidad de sus vecinos, que más bien ven una operación en la que el gigante del norte trata de apoderarse de una zona rica en pesca y en recursos minerales, incluso hidrocarburos.

Podría decirse además que Estados Unidos no está ajeno a una disputa que puede alterar el balance de poder en la región.

Después de todo, Estados Unidos es una potencia naval guiada oficialmente por su deseo de garantizar la libre navegación —y de paso su control de las rutas comerciales alrededor del mundo—.

Que las acciones chinas sirvan de pretexto para propiciar que un sector en Filipinas pida el restablecimiento de una base naval estadunidense, como forma de respaldar su situación frente a la creciente potencia militar china.

Vietnam tampoco es ajeno al nerviosismo respecto de las intenciones de Pekín. Durante la guerra de Vietnam, contra la intervención estadunidense, cedió sus derechos territoriales a China —que era su protectora—, pero después, y luego de la guerra fronteriza de 1979, reiteró sus demandas.

Para Malasia, una potencia comercial, la región es estratégica, sobre todo si se considera que tiene un territorio geográficamente dividido en la península de Indochina y en la isla de Borneo.

Pero hay más que eso. Al margen de que China busca ahora asumir su papel en el mundo, el llamado “reino medio”, que siempre vio con desdén y desconfianza al exterior, ahora se relaciona con él, en parte para asegurar su situación y en parte para evitar humillaciones, como las que propiciadas por su aislamiento y retraso tecnológico le infligieron los europeos sobre todo durante el siglo XIX.

Ciertamente los reclamos nacionalistas tienen mucho que ver, pero sobre todo son las demandas del siglo XXI para una potencia que no puede olvidar la mala manera en que aprendió que no puede ignorar al mundo o a su situación geopolítica, pero al parecer ahora debe aprender a ejercer su poderío.

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