Trump & Co.

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El multimillonario Donald Trump, precandidato republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, insulta a los inmigrantes mexicanos: “México nos manda drogas, crimen y violadores”, dice. Y anuncia que cuando sea presidente construirá en la frontera un muro para que no sigan entrando esos indeseables, a quienes además va a obligar a que paguen la obra. En respuesta, desde el lado de acá se burlan de Trump los caricaturistas, se indignan los editorialistas, se quejan los cantantes, se asombran los diplomáticos, amenazan con represalias las reinas de belleza. Todos los latinoamericanos se sienten colectivamente aludidos, humillados y ofendidos. Como si lo de Trump fuera una novedad intolerable.

Intolerable puede ser. Pero ha sido siempre tolerada, y no es ninguna novedad. Lo que ahora dice Donald Trump lo han pensado siempre, y a veces también lo han dicho, todos los presidentes de los Estados Unidos. Y, diciéndolo o callándolo, todos se han comportado en consecuencia con ese pensamiento. Fue James Monroe el que definió en su Doctrina a América Latina como “el patio trasero” de los Estados Unidos. Pero desde Washington en el siglo XVIII hasta Obama hoy, todos la han tratado como si lo fuera. Washington apoyó en Haití con armas y dinero a los plantadores franceses contra la revolución de los esclavos negros, por temor al contagio de la libertad. Lincoln quiso, aunque no pudo, desembarazarse de los esclavos emancipados enviándolos a colonizar América Central. Obama sigue usando su base de Guantánamo en Cuba como depósito ilegal de presos sin juicio. ¿Por qué no se le ocurre hacer lo mismo en otros continentes en los que también dispone de bases militares? ¿En el Japón, por ejemplo, o en la Gran Bretaña? En cuanto al muro que propone Trump, ya lo levantó en buena parte el presidente Bush (hijo).

En ese desprecio secular por sus vecinos del sur los presidentes no están solos: los acompaña toda su nación. Porque los Estados Unidos son un país de inmigrantes, sí: pero de inmigrantes rápidamente asimilados (lo cual es, como todo, bueno y malo a la vez). Asimilados hasta el punto de considerarse, por la vía del “sueño americano”, verdaderos “wasps” (White Anglo-Saxon Protestants: blancos anglosajones protestantes) desde la segunda generación, habiendo llegado como irlandeses o polacos, italianos o rusos; pero siendo, eso sí, blancos en todos los sentidos: ni negros, ni rojos. Para muestra, dos precandidatos que compiten con Trump por la candidatura republicana: los cubano-americanos Ted Cruz y Marco Rubio, cuyas anunciadas políticas de inmigración consisten, como suele suceder, en quitarle a los que vengan la escalera que usaron ellos para acceder al “sueño americano”. La xenofobia es el primer sentimiento patrio que asimilan los nuevos inmigrantes.

Sin embargo, pasando de los sentimientos a la realidad de las cosas, lo que dice Donald Trump es cierto solo marginalmente: los narcotraficantes latinos que hay en los Estados Unidos son los que han sido reclamados en extradición por ellos y, tras trasladar parte de sus fortunas al Tesoro norteamericano, se han quedado a vivir allá. Lo contrario es mucho más notorio: son los ‘buenos’ vecinos del norte quienes históricamente les han enviado piratas y bandidos a sus ‘malos’ vecinos del sur. Y no solo narcotraficantes, sino el negocio mismo del narcotráfico, creado por su drogodependencia y su prohibición de la droga, sin las cuales no sería negocio.

Pero decir eso sería impopular, aunque fuera cierto. Tienen más eco los insultos xenófobos, aunque despierten las protestas del cantante puertorriqueño Ricky Martin o del magnate mexicano Carlos Slim. De modo que es posible que el próximo presidente de los Estados Unidos sea Donald Trump, y nos haga pagar su prometida barrera sanitaria. Tampoco eso sería ninguna novedad.

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