Political Dynasties in the United States

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Si bien los Estados Unidos, a diferencia de varios países latinoamericanos, no padecen el nepotismo, sufren, en cambio, el peso de las dinastías políticas. En efecto, con el anuncio de la candidatura presidencial de Jeb Bush, su dinastía familiar podría terminar, desde el Partido Republicano, compitiendo contra la dinastía de los Clinton, puesto que Hillary Clinton es hoy la candidata que aparece como gran favorita dentro del Partido Demócrata.

Si esto ocurriera, se estaría dando la espalda a una de las más conocidas y sabias reflexiones de Thomas Jefferson cuando, en 1786, en una histórica carta dirigida a George Washington, sostuvo: “Una aristocracia hereditaria cambiaría la forma de nuestro gobierno, que pasaría de ser el mejor del mundo a transformarse en el peor”.

Cabe preguntarse cuáles son las razones que explican el fenómeno dinástico en la política estadounidense. En primer lugar, la injustificada creencia de que porque un individuo provenga de una familia políticamente privilegiada es más capaz que otro que hace sus primeras armas individualmente en ese ámbito.

Una segunda razón puede ser la apatía del electorado, que en los Estados Unidos es significativa, como lo comprueba el hecho de que en las elecciones intermedias de 2014 sólo concurrió a votar el 36,4 por ciento del electorado. La falta de interés de la ciudadanía respecto de lo político parece evidente, a lo cual se suma el desconocimiento de lo que sucede en el debate político, generado por el hecho de que tan sólo el 23 por ciento de los norteamericanos lee regularmente un diario impreso y que apenas un 28% de ellos lee algún libro cada año.

Es de destacar que algunas dinastías, como la de los Roosevelt y la de los Kennedy, hicieron contribuciones importantes al país del Norte. Pero hay también experiencias en las que las dinastías poco y nada aportaron al pensamiento político de los Estados Unidos, como sucedió con los Adams y los Harrison, en su momento.

Pese a todo, estas familias siguen despertando un enorme interés entre los votantes estadounidenses. En parte, porque los apellidos, a la manera de las marcas, definen rápidamente las visiones políticas y los respectivos credos, simplificando teóricamente a los votantes el trabajo de seleccionar sus preferencias.

Las dinastías también existen en distintos estados de la Unión. Es el caso de los Nunn y los Perdue, en Georgia; el de los Pryor, en Arkansas, y el de los Landrieu, en Louisiana, entre otros. El elitismo familiar parece haber invadido los más diversos niveles de la política del país del Norte, lo cual torna difícil a los nuevos candidatos poder escalar posiciones en los distintos niveles de la política.

Es necesario establecer una gran diferencia entre el fenómeno del nepotismo y el de las dinastías políticas: en los Estados Unidos, los candidatos de las dinastías suelen ir paulatinamente adquiriendo experiencia y sabiduría a través de todo un proceso de designaciones en los más diversos cargos electorales o públicos. Se someten a la voluntad popular, y ésta los acepta o los rechaza. Es una situación que dista mucho de la discrecionalidad con la que se manejan muchísimos de los dirigentes de nuestra región. Son muy comunes en América latina las designaciones de parientes de políticos en cargos públicos. Muchos de ellos carecen de la más mínima experiencia y son designados para ocupar puestos ejecutivos clave. Otros aparecen de pronto encabezando listas de candidatos a cargos electivos sin haber demostrado jamás capacidad para poder ejercerlos.

Contrariamente, a nadie se le ocurre que algunas personas, en los Estados Unidos, por sólo portar un apellido notorio puedan pretender aspirar a ocupar cargos que estuvieran notoriamente más allá de lo que su idoneidad y capacidad individual les permitirían ocupar.

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