Brasil decide acercarse a EE.UU.
Por Emilio Cárdenas
Para LA NACION (Argentina)
Hace un par de semanas, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, visitó a Barack Obama en Washington. Con ello la relación bilateral entre Brasil y EE.UU. parece haber regresado a la normalidad luego de que el desertor Edward Snowden -en septiembre de 2013- revelara el alcance de las actividades de espionaje de EE.UU. en Brasil, que aparentemente incluyeron escuchas a la propia presidenta del país vecino. Episodio que sumió a la vinculación entre los dos países en un ambiente de notoria -e incómoda- frialdad. Tanto fue así, que provocó la exagerada cancelación de la visita oficial de la presidente brasileña al país del norte, entonces prevista.
Pero las cosas han cambiado mucho. Brasil pasa por un mal momento. Está en recesión. Su economía, la séptima del mundo, se contraerá este año un amargo 1,5%. La sociedad exterioriza su descontento, sumiendo al país en un clima político y social convulsionado en el que flota una nube de hostilidad hacia la presidente. Que tiene mucho que ver con la ola de corrupción que afecta a la petrolera estatal Petrobras. Por ello Dilma ha buscado ahora un poco de oxígeno y tranquilidad, refugiándose en la política exterior para disimular su pérdida de popularidad.
Ésta es tan grande que la asediada Dilma está acusando a la oposición de tener un supuesto plan “golpista”, como lo hacen constantemente los gobiernos autoritarios cuando caen en desgracia por sus propias equivocaciones. Plan presunto que atribuye a la oposición personificada en el Partido Socialdemócrata de Brasil, liderado por Aécio Neves, acompañado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, quienes anunciaron en la reciente Convención de su partido su total disposición “a asumir el gobierno”, insinuando que Brasil podría -de pronto- vivir un nuevo episodio lamentable, como lo fueron el suicidio de Getúlio Vargas, en1954; o la defenestración de Joao Goulart, en 1964; o la “renuncia” de Fernando Collor de Mello, cuando el Congreso de su país se aprestaba a destituirlo, en 1992.
Por esto el salto de la presidenta al escenario internacional, como oportuna “cortina de humo”. Atrás parece haber quedado el ambiente de recriminaciones recíprocas entre Brasil y EE.UU. y se advierte, en cambio, una intención de volver a la normalidad relacional que existiera durante los primeros mandatos de ambos jefes de Estado, cuando se conformara una intensa red de grupos de trabajo conjuntos que -poco a poco- fueron desdibujando sus respectivas labores.
Es tiempo de volver a intensificar el trabajo bilateral que estuviera en curso. El que, entre otras cosas, incluye lo relativo al Protocolo Adicional del Tratado de No-Proliferación y el lamentablemente -y hasta peligroso (por opaco)- tema de las centrífugas de enriquecimiento de uranio que Brasil tiene en actividad, que debiera ser -de una buena vez- transparentado.
La relación entre Brasil y EE.UU. ha sido con frecuencia frágil. Quizás porque EE.UU. no ve en Brasil un competidor en el capítulo de la geopolítica. Y porque Brasil se ha vuelto muy proteccionista, alejándose de los esfuerzos de aquellos que, como Barack Obama, están activamente tratando de abrir el mundo al comercio y a las inversiones.
En esto, cabe apuntar, la Argentina no ayudó a Brasil para nada. Su cerrazón de alguna manera forzó a Brasil a tenernos lo que se denomina como: “paciencia estratégica” frente a nuestras posiciones que han impedido -una y otra vez- cerrar negociaciones comerciales importantes, como la que desde hace rato está abierta con la Unión Europea. Paciencia que quizás se esté acabando, más allá de la retórica. Por esto el hartazgo que, respecto de nuestras actitudes comerciales, ya no oculta el sector privado brasileño, ahora acompañado por los gobiernos de otros dos de nuestros socios: Paraguay y Uruguay, que también lucen cansados de nuestra desconsideración.
A diferencia de Ángela Merkel -que también fuera espiada por los norteamericanos- Dilma Rousseff, resentida, se rasgó -ruidosamente- las vestiduras. Y se alejó del país del norte, al que sin embargo ahora regresa, por exigencias de la política interna. Pese a que, desde el punto de vista económico, las dos grandes naciones no tienen lazos de intimidad o cadenas de valor importantes y estables, de aquellas que -por estratégicas- obligan a estar siempre cerca uno de otro.
La hora de volver a dinamizar la relación bilateral entre ambos países parece haber llegado. Joaquim Levy, por ello, apunta a abrir nuevamente a Brasil al mundo en el plano comercial y en el de las inversiones. Fundamentalmente, a través del sector privado. Para así superar la parálisis que afecta a su economía y volver a crecer en la normalidad.
Si ambos países vuelven a cooperar podrán asimismo enfrentar coordinadamente algunas cuestiones delicadas de nuestra región. Como la marcha en el difícil camino de Cuba de regreso a la “normalidad”. Y, más aún, evitar que Venezuela -cuya economía ha sido demolida por los “bolivarianos”- no se aleje más de lo que queda del vivir democrático dañado. Para permitir que su sufrido pueblo pueda recuperar, en paz, sus libertades civiles y políticas, hoy cercenadas.
Nuestra región toda, no solamente Brasil, debe salir del frustrante aislamiento en que se encuentra. No puede seguir encerrada en sí misma, sin que ello derive en un retroceso. Hoy nuestro espacio de diálogo ha sido voluntariamente reducido, porque parecería que se trata de evitar que nuestras naciones puedan interactuar con el resto del mundo, para lo cual se recurre a edificar un discurso único pequeño que, por lo demás, se ha vuelto inocuo.
La situación actual, si se mantiene, llevará inexorablemente a nuestros pueblos a ahondar su creciente atraso relativo, lo que deberíamos evitar. Cuando estamos en las puertas de un posible y necesario cambio de rumbo interno, cabe reiterar que abrirnos al mundo no sólo es posible, sino necesario.
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