Diplomacy, Once Again

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El hecho de que se haya evitado que Irán tenga una bomba atómica es, de por sí, un éxito mayor. Pero que se haya conseguido a través de una ardua labor de filigrana diplomática, y entre enemigos jurados, hace que lo acordado en Viena reúna todas las condiciones para ser considerado un suceso histórico.

El pacto, acordado por el secretario de Estado de EE. UU., John Kerry, y por el ministro de Exteriores de Irán, Mohamad Yavad Zarif, llega después de dos años de tensas y dispendiosas negociaciones que tenían el fin, por un lado, de neutralizar la amenaza de que el sospechoso programa nuclear iraní se alejara de lo civil para convertirse en militar, y, por el otro, de aliviar las durísimas sanciones que Occidente impuso al régimen de los ayatolás por violar compromisos previos.

En este duro pulso, Irán pretendía que se le creyera que su programa estaba destinado a la generación de electricidad. Y Occidente no estaba dispuesto a permitir que la República Islámica rompiera el equilibrio, si así se le puede llamar, del polvorín que es Oriente Próximo con tan variados factores de inestabilidad.

Con todo, el acuerdo es una realidad. Irán se compromete a reducir su programa de enriquecimiento de uranio, se deshará del que tiene almacenado, cortará cualquier posibilidad de usar plutonio con fines militares y se someterá a la estrecha vigilancia de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA).

Así, EE. UU. y sus demás aliados en esta negociación (Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania) aprobaron suspender gradualmente las sanciones que ahogan a la economía persa, en especial las relacionadas con el veto a sus ventas petroleras y el aislamiento de los circuitos financieros y comerciales. Esto se hará a medida que se verifiquen los cumplimientos. Lo dijo claro el presidente Obama: “El pacto no se basa en la confianza, sino en la verificación”.

Es un hecho extraordinario, con importantes escollos aún. A nivel interno, Obama debe esperar la aprobación del Congreso, dominado por la oposición republicana, una decisión sobre la cual pende una amenaza de veto en caso de rechazo. Y, a nivel externo, venderles a sus socios Israel y Arabia Saudí que el arreglo con Irán es el mal menor.

Hay que ver que Israel desconfía de la sinceridad de Teherán y cree que el pacto deja intacta su capacidad para construir la bomba. Además, el apoyo que este país les da a movimientos considerados ‘terroristas’ como Hezbolá, en el Líbano, y Hamás, en Gaza, es un bocado que difícilmente se traga Netanyahu. Pero, para Moscú, el acuerdo abre la posibilidad de armar una amplia coalición contra el grupo Estado Islámico.

Por los lados de Arabia Saudí, el asunto se relaciona con la rivalidad con Irán por la supremacía en el mundo musulmán. Al ser los primeros suníes y los segundos chiíes, varios conflictos latentes en la región tienen que ver con esta disputa, y el pacto nuclear fortalece la posición de Teherán. El escenario menos deseado es que Riad monte su propio programa nuclear. Israel, por su parte, nunca ha reconocido que tiene bomba atómica.

Dicho esto, el estilo Obama recoge otro triunfo indudable. De Cuba a Irán hay grandes diferencias, mas tienen algo en común: la victoria de la diplomacia clásica, el dialogar con el enemigo. Esa es la gran lección.

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