Obama no quería entrar a la guerra civil siria de manera directa. Lo trató de evitar tanto como pudo. Sin embargo, la situación le tiene hoy metido hasta la cocina. La intervención militar estadounidense en ese país no ocurrió sino hasta 2014, cuando la amenaza de ISIS o “Estado Islámico” se hiciera más patente. Pero incluso entonces, Obama se mantuvo jurando y perjurando que el papel de Washington en ese conflicto se limitaría a combatir a ese grupo terrorista. No obstante, la dinámica de ese complejísimo conflicto está motivando que la Casa Blanca tenga que incrementar su rol. El pasado 3 de agosto, Estados Unidos anunció que sus bombardeos se extenderán hacia cualquier actor que ataque a los rebeldes que la superpotencia está armando y entrenando, lo que podría eventualmente, por primera vez, ocasionar enfrentamientos directos entre Washington y las tropas del presidente sirio, Assad. Este anuncio cambia enormemente la ecuación en la guerra civil.
En efecto, Obama quiso mantenerse fuera de Siria hasta donde le fuera posible. La doctrina que ese presidente ha implementado desde el inicio de su mandato es una doctrina de repliegue, no de expansión. En buena medida por causas financieras, y en parte también por motivos políticos, Obama ha buscado para los sitios no prioritarios, sustituir las intervenciones militares estadounidenses por el uso de estrategias que van desde la diplomacia, hasta el dejar los conflictos en manos de aliados regionales para que sean ellos quienes hagan el trabajo que Washington ha preferido evitar. Siria es uno de esos sitios que si bien tenían relativa importancia para la Casa Blanca, no tenían la prioridad de otros dentro de la misma región, tales como Irak o la península arábiga. Además, Siria ha formado parte, desde hace décadas, de la esfera de influencia de Moscú, y Obama prefería evadir un conflicto frontal con Putin al atacar de manera directa a Assad, aliado del Kremlin.
Esto fue incluso más evidente cuando Obama se vio obligado a trazar una “línea roja” para su intervención en esa guerra, y posteriormente incumplió sus propias amenazas. Aquella “línea roja” consistía en el uso de armamento químico por parte del presidente sirio. Aún cuando se fue acumulando la evidencia de que Assad ignoraba continuamente esa amenaza, Obama, con un poco de ayuda del Kremlin, encontró el modo de esquivar su intervención militar.
Pero el escenario sirio se fue complicando. La guerra civil fue penetrada por militantes islámicos, incluso por militantes afiliados a Al Qaeda, y más adelante por la rama de Al Qaeda en Irak, grupo que posteriormente sería conocido como ISIS o “Estado Islámico”. Esa organización tomó, a la vez, posesión de vastas porciones del territorio iraquí y del territorio sirio, desdibujando la frontera entre ambos países. La cuestión es que EU apenas se había retirado de Irak y supuestamente había dejado ese país a cargo de un ejército lo suficientemente capaz para enfrentar amenazas como las que se estaban presentando. En lugar de ello, ese ejército, armado y entrenado por Washington, salió huyendo tras las primeras ofensivas de ISIS. Bajo esas circunstancias, la presión sobre Obama creció, y el presidente no tuvo otra alternativa que intervenir militarmente en contra de esa organización islámica. Sin embargo, ISIS operaba tanto en Irak como en Siria, y era imposible para Washington atacarle solo en ciertas posiciones y no en otras. Y así es como en 2014, finalmente los aviones estadounidenses se involucraron en la guerra civil siria.
Pero la estrategia de Obama contra ISIS, como fue planteada inicialmente, estaba destinada al fracaso. Dicha estrategia dependía del trabajo en tierra por parte de milicias locales armadas y entrenadas por Washington. Como en la fábula de los ratones, el cascabel y el gato, quienes trazaron esa estrategia parecieron obviar que esas milicias iban a tener que combatir al mismo tiempo -cual “Rambos” en una película de Hollywood – contra ISIS, contra otras milicias hostiles, contra los ejércitos de Assad y contra sus aliados de Hezbollah. Sin embargo, para la mala fortuna de esos estrategas, las guerras reales no se dan como en las películas. Varias decenas de los primeros “Rambos” entrenados por Washington fueron secuestrados la semana pasada. Y no por ISIS, sino por uno de los más acérrimos rivales de ISIS, también enemigos de Assad, el frente Al Nusra. Eso es en parte lo que motiva a EU a anunciar que su aviación protegerá a sus aliados contra quien sea que les ataque. Pero hay más.
A casi un año de que Washington hubiese implementado sus bombardeos por aire, el daño contra ISIS ha sido muy limitado. Por tanto, la Casa Blanca ha tenido que echar mano de una alianza regional clave: su alianza con Turquía. Finalmente Ankara accedió a involucrarse en el combate contra ISIS, pero no sin condiciones. Erdogan exigió un acuerdo para que además de atacar a ISIS, Turquía combata al mismo tiempo contra los kurdos, contra Assad a través de las milicias apoyadas por Ankara, y exigió mantener una franja de control en el interior de territorio sirio. Turquía con ello demanda colocar la destitución del presidente sirio como la máxima prioridad, y EU se ve obligado a actuar en consecuencia.
Por si fuera poco, hay un elemento adicional. Antes de esta semana, ya ciertos actores cocinaban una vía alternativa de salida a la guerra civil siria. Resulta que Arabia Saudita, bastante activa desde que Washington firmara el acuerdo nuclear con Irán, ha estado negociando con Rusia, con China y con otros países, un posible acuerdo que permitiría una solución negociada a la guerra civil de cuatro años. Apenas supimos que finalmente Assad estaba siendo incluido en estas negociaciones. Lo interesante es que esta parece ser una negociación que no solo excluye a Irán de la jugada, sino que arrebataba a Washington la iniciativa. Así que no es casual que hoy Estados Unidos decida retomar el control de las cosas a través de una estrategia militar renovada tendiente a eliminar a dos pájaros de un tiro: ISIS y Assad.
Es así como Obama, el presidente del Yes We Can, el presidente del repliegue de Irak y Afganistán, es también el presidente que no pudo evitar enmarañarse en otro de los grandes conflictos de Medio Oriente. Y para desgracia de la población siria, no estamos cerca del final.
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