A Question about San Bernardino: What Is and Isn’t Terrorism?

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La matanza en San Bernardino no había concluido cuando en redes sociales ya se discutía si se trataba de un ataque terrorista o de un tiroteo como los cientos de otros tiroteos que han ocurrido en Estados Unidos en los últimos años. De un lado, Obama y algunos precandidatos salían a hablar de la necesidad de mayores restricciones al acceso a las armas. Del otro lado, el FBI indicaba que el terrorismo no podía ser descartado y debía investigarse. Cuando los nombres de los atacantes fueron dados a conocer Syed Riswan Farook y Tashfeen Malik, muchas personas empezaron a efectuar las inevitables asociaciones entre estos eventos y otros como los atentados de París. Sin embargo, aunque se entiende el estado de estrés colectivo en el que hemos caído en las últimas semanas, esas asociaciones no pueden efectuarse de manera automática. Distinguir entre categorías de violencia se vuelve absolutamente indispensable. ¿Por qué? Primero porque según datos frescos (IEP, 2015), una cantidad trece veces mayor de personas muere en diversas clases de asesinatos (precisamente como los tiroteos en EU) que en atentados terroristas. Y segundo, porque cada una de esos tipos de violencia es detonado por factores distintos, a veces relacionados, pero no siempre, y, por ende, su combate requiere de respuestas y medidas específicas, diferenciadas.

Aunque no existe una definición única sobre terrorismo, podemos efectuar un ejercicio como el que hace el autor Gadi Adelman. Empleando una muy amplia revisión bibliográfica, Adelman identifica, en la literatura sobre el tema, la repetición de ciertos elementos como los siguientes: (a) “violencia” o “fuerza” aparece en 83.5% de las definiciones, (b) “política” en 65%, (c) “miedo” o “énfasis en terror” en 51%, (d) “amenazas” en 47%, (e) “efectos psicológicos” en 41.5%, (f) “distinción entre víctimas y targets” en 37%, (g) acción “planeada”, “sistemática” u “organizada”, en 32%, (h) “métodos de combate”, “estrategia”, “tácticas”, en 30%. Podríamos decir que el terrorismo es una categoría muy específica de la violencia que se refiere al empleo de la misma en contra de civiles, o actores no-combatientes, como instrumento o estrategia para generar un estado de shock, conmoción o terror en terceros (víctimas indirectas), con el propósito de canalizar un mensaje o reivindicación, empleando a ese terror como vehículo. El terrorismo no es violencia que causa terror, sino violencia pensada y perpetrada para causar terror, con el fin de impactar en la conducta, las actitudes o las opiniones de una sociedad o de sectores de la misma, y así ejercer presión sobre determinados actores como pudiesen ser dirigentes o tomadores de decisiones.

Hasta el momento de este escrito, podemos afirmar que: (1) A diferencia de la grandísima mayoría de tiroteos que ocurren en EU cada mes, en este caso, los atacantes son al menos dos. Normalmente es uno solo. Por consiguiente, este tiroteo sí presenta rasgos que le distinguen de otros, (2) Por el tipo de equipo y chalecos utilizados, el empleo de explosivos (y el almacenaje de materiales para armar estos explosivos), parece haber un cierto grado de premeditación y logística que rebasa toda norma de tiroteos habituales, (3) Hay una serie de elementos que están siendo investigados como los viajes, contactos e historial de los atacantes. La última noticia que tenemos antes de cerrar este texto, es que la atacante Tashfeen Malik, parece haber manifestado su lealtad a ISIS en un post de Facebook.

La clave central para poder determinar si un tiroteo como el de San Bernardino es un acto terrorista, no está en la logística, el número de personas involucradas, el tipo de armas, el nivel de violencia empleada, lo sanguinario del acto y mucho menos en los apellidos de los atacantes o en su religión, sino en los móviles, las motivaciones, en saber si los perpetradores planearon el acto con una distinción entre víctimas directas, y verdaderos targets de la violencia. Es decir, si las lamentables víctimas del ataque son utilizadas únicamente como un instrumento para provocar terror en terceros, adquirir foco, y a través de ello canalizar un mensaje político, alterar opiniones, ejercer presión en la sociedad o en tomadores de decisiones al respecto de una cuestión política, religiosa o social, el acto puede ser considerado terrorismo, aún si se trata de un actor único (como el atacante de Oslo) o un grupo muy reducido de personas (como, por ejemplo, dos hermanos en el ataque de Boston). Si en cambio el tiroteo obedece a un trastorno personal (como ocurre en 11% de casos de tiroteos en EU, según una reciente investigación [Everytownresearch.org, 2015]), a factores vinculados con un historial individual de violencia doméstica (57% de los casos), una venganza, relación amorosa o un tema vinculado al rencor con alguna institución, u organización, el acto no se puede llamar terrorismo. Aunque hasta el momento de este escrito, no tenemos un video póstumo, un mensaje o una reivindicación clara, los datos en este caso sí parecen estar apuntando hacia la confirmación de un ataque terrorista, pero será necesario conocer más detalles al respecto, además de entender si los atacantes planearon y efectuaron el ataque con medios propios –lo más probable- o si hubo alguna coordinación externa.

A pesar de que para efectos de las siempre lamentables víctimas directas del ataque o las víctimas que sufren trauma por éste, podría resultar lo mismo si se trata de un tipo de violencia que de otra, el entender las diferencias debería en teoría generar respuestas distintas por parte de las autoridades. En el caso de los tiroteos masivos cada vez más comunes, la sociedad estadounidense tiene muchas tareas pendientes que incluyen cuestiones que van desde las restricciones en el acceso a las armas hasta comprender el impacto que el historial de violencia doméstica parece producir en una mayoría de potenciales atacantes, entre otros muchos temas. En cambio, en el caso de ataques terroristas, de acuerdo a la investigación más reciente, las medidas se encuentran mucho más en áreas como la inteligencia y capacitación policíaca, en cuestiones de política exterior (como la decisión de impulsar más procesos de paz y menos intervenciones militares en conflictos lejanos) o incluso en reducir la marginación política, económica y/o social que se percibe en ciertas comunidades locales como sucede en algunas sociedades europeas.

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