Por increíble que nos pueda parecer, esto es lo que observé en una felicitación navideña con la que una congresista estadounidense, rodeada de su numerosa e idílica familia, deseaba sus mejores deseos de paz y felicidad. Todos los miembros de la familia posaban armados hasta los dientes, desde la citada congresista hasta el más pequeño del clan. Todos los intentos que se han hecho para controlar mejor la tenencia y posesión de armas han tenido escaso éxito debido a la fuerte presión de los grupos que defienden a ultranza la libre posesión o los intereses de una poderosa industria armamentística. Su Constitución (del siglo XVIII) consagra el derecho de todo ciudadano a portar armas, algo heredado de los tiempos del salvaje Oeste. No espantan ni revuelven las conciencias de los estadounidenses las matanzas indiscriminadas que se han producido. Se calcula que existen casi 300 millones de armas (casi una por persona), y muchos de los que las adquieren son en su mayoría inexpertos en su manejo. No aprenden de su historia pasada llena de violencia. En nombre de esa intocable libertad empuñan un fusil o una pistola igual que una postal de Navidad.— Maria Olga Santisteban Otegui.
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