The ‘Uncontrollable Ones’ Attack the Campaign in the US

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No existe mayor espectáculo político en el mundo que una campaña presidencial en Estados Unidos. Combinando una vieja liturgia con las técnicas más avanzadas de la era del ‘marketing’ y la globalización -y un gasto estimado de más de 5.000 millones de dólares- el país se sumerge desde mañana en un largo proceso que culminará el próximo noviembre con la elección del sustituto de Barack Obama en la Casa Blanca. Y resulta insólito que se haya llegado a este punto de salida con un aspirante en el Partido Republicano, el multimillonario Donald Trump, al que todas las encuestas dan como favorito, con enorme ventaja, cuando, al mismo tiempo, su nominación podría dinamitar la formación. La maquinaria republicana no sabe cómo frenarle aunque teme que con él como candidato se esfumarían todas las posibilidades de vencer a los demócratas, en cuyas filas también reina la incertidumbre ante el meteórico avance del senador Bernie Sanders, que empieza a hacer sombra a Hillary Clinton.

El escenario, por tanto, está muy abierto. Paradójicamente, en una de las democracias más consolidadas del planeta, el hartazgo con la política convencional de una parte nada desdeñable de estadounidenses ha dado alas a las opciones más ‘antisistema’. Y en dos vertientes bien opuestas.

Trump representa el populismo y esos valores conservadores que muchos republicanos consideran en peligro. El magnate se vanagloria de no ser un político. Y su libertad para decir lo que le da la gana -se lo puede permitir porque ni necesita al aparato del partido, ni donativos para hacer carrera presidencial- le ha granjeado la simpatía del 35% de los simpatizantes republicanos, según las últimas encuestas -su rival más fuerte, Ted Cruz, aún no llega ni al 20%-. Todo en torno a Trump es una gran bufonada. Y sus arremetidas contra los inmigrantes indocumentados, contra el islam, o contra los homosexuales, escandalizan tanto a buena parte de los estadounidenses como a la opinión pública internacional. Pero, por lo pronto, consiga o no su objetivo de ser nominado para la Casa Blanca, ya ha logrado romper las estrategias de todos sus rivales, quienes se han visto obligados a endurecer sus discursos en temas como la inmigración y otras cuestiones sociales para no perder comba frente a Trump, lo que ha escorado al partido cada vez más a la derecha, dejando el campo del centro expedito al Partido Demócrata.

En la pugna demócrata, los nervios se han instalado en el equipo de Hillary Clinton ante el empuje del senador por Vermont, Bernie Sanders. En verano, la diferencia a favor de la primera llegó a ser de entre 40 y 50 puntos, una brecha que parecía dejarla sola en la carrera presidencial. Las cosas han cambiado y los últimos sondeos mantienen a Clinton favorita, pero con un margen muy estrecho de menos de 10 puntos respecto a su rival, el aspirante independiente de 74 años. Y a los caucus de Iowa ambos llegan igualados. Volviendo a la paradoja, como contamos en las páginas de ‘Crónica’, Sanders es un político que se declara «socialista», cuyas propuestas -un sistema de sanidad público similar al español, la gratuidad de la enseñanza o la subida del salario mínimo- serían consideradas centristas en Europa y, sin embargo, le sitúan en la izquierda casi radical en EEUU. Su tirón se debe al eco que está teniendo entre los votantes jóvenes, los más perjudicados por el deterioro económico -en los próximos meses se teme una recesión-. Toda una generación que ya no confía en el ‘sueño americano’ y que se ve condenada a vivir peor que sus padres.

Lo que está claro es que la apasionante campaña presidencial que ahora comienza deberá servir, entre otras cosas, para devolver cierto prestigio perdido a la política. Aunque no se antoja fácil hacerlo en medio de una avalancha populista

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