Happy Birthday?

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Que la valiosa cooperación que hemos recibido de los EE. UU. amerite una celebración, es otro asunto, pero aplaudir los 15 años de una política pública fracasada es la mejor receta para repetir otros 15 años más del Plan Colombia. Y esta no es una cuestión de un solo responsable, pues en EE. UU. pasaron tres presidentes, todos disímiles en sus políticas, dos demócratas (muy demócratas) y un ultrarepublicano, y se mantuvo a pesar de que, en ese lapso, inició la guerra contra el terror y se dio una crisis económica sin precedentes. Aquí lo sostuvieron tres presidentes más parecidos que diferentes.

La vigencia del Plan se ha convertido en un asunto más importante que sus propios resultados, como si estuviese ahí para recordarnos quiénes son nuestros aliados y cuáles son las luchas que debemos emprender. Y la verdad, a pesar de su fracaso, las partes involucradas lo defienden y le celebran sus 15 años porque renunciar al Plan no sólo sería despreciar una cooperación significativa, sino asumir el inmenso costo político de no continuar la guerra contra las drogas.

Mi generación ha sido testigo de que esta empresa es un imposible. Esta verdad la conocemos incluso antes del inicio del Plan, pues no olvidemos que Nixon, en una dramática alocución en 1971, nos hizo el favor al resto del mundo de declararle la guerra a las drogas. 45 años, millones de vidas perdidas y billones de dólares invertidos después, debemos concluir que el mundo sin drogas es una utopía moralista. O tal vez el deseo de proteger un negocio enormemente lucrativo sólo si es ilegal.

La guerra contra las drogas es un tumor maligno y de ello no hay mejor retrato que el nuestro. Porque a pesar de que entre los científicos sociales existe consenso en el repetido hecho de que el narcotráfico es tanto el motor como la gasolina de nuestra guerra, los efectos devastadores de la lucha contra las drogas aún no han sido calculados. En 15 años de Plan la producción de coca se ha reducido solo un 20%, a pesar de seguir rociando a nuestros campesinos con cáncer (glifosato). También hemos intentado sustituir la coca con cultivos lícitos, política bien intencionada pero insuficiente, pues la siembra ilegal siempre será más lucrativa que la legal, y por ello hemos sometido al campesino a vivir en la clandestinidad, o a desplazarse para proteger su vida.

No hay estudio que permita dimensionar el daño. Hace poco, en entrevista con el presidente Obama, el escritor David Simon, creador de la legendaria serie The Wire, pronunció una frase demoledora que resume el asunto: “lo que las drogas no destruyen, la guerra contra ellas se encarga de destruir”. En funeral de capo que se respete, aparece el siguiente. Cuando atacamos el tráfico en un país, el vecino se convierte en ruta alternativa. Sólo en Colombia aparecen seis nuevas drogas sintéticas al día. Pero seguimos ignorando que, si algo ha demostrado la historia, es que una sustancia legal es más fácil de controlar que una clandestina.

Por eso la celebración bilateral, y toda la alharaca mediática que la acompaña, es difícil de entender. Claro, es una oportunidad para asegurar el apoyo del Gobierno estadounidense a la paz y ello es transcendental. Aún así, el Plan, más que celebrar un cumpleaños, requiere un funeral que sepulte la guerra contra las drogas. La inversión en ella resultó peor que Interbolsa, y eso que están por investigarse los desfalcos, o si con cargo al Plan se ejecutaron “falsos positivos”, entre otras atrocidades. Ojalá el nuevo Paz Colombia que anunció el presidente Obama lleve esos importantes recursos a regiones donde nunca ha llegado el Estado, permitiendo que se conviertan en terreno fértil para la guerra.

La firma del acuerdo con las Farc será un momento histórico, pero con ello no vendrá la paz, la cual solo llegará cuando la guerra carezca de sentido. Mientras el tráfico de drogas esté obligado a subsistir en la ilegalidad, la violencia será presupuesto indispensable de este invencible mercado multibillonario.

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