MIAMI.- Fue una experiencia única estar en el epicentro del exilio cubano -que tiene como rasgo fundamental el odio ciego a todo lo que suene, parezca, huela, a socialismocomunismo – aquel histórico 17 de diciembre de 2014 cuando Barack Obama y Raúl Castro, por separado, anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas directas entre sus dos países.
Los más radicales tenían inmensa rabia y condenaron al presidente de Estados Unidos a la misma hoguera en la que, aún hoy, se cocina a fuego lento la supuesta “traición” de John F. Kennedy.Los menos apasionados, acaso cínicos, pero también marcados por el rencor, vieron en silencio, con impotencia, la manera como la historia se llevaba por delante sus propias fantasías políticas de que algún día Fidel y su hermano Raúl serían derrocados por la combinación de la ayuda foránea y la insurrección interna.
Hubo otros que mantuvieron un optimismo moderado. Ellos no hacen tanto ruido, no tienen voceros en Washington, pero saben que la estrategia del garrote comercial, de la tensión verbal como en los viejos tiempos de la guerra fría, no dio el resultado que se esperaba.
He hablado con algunos de ellos, como el empresario Carlos Saladrigas, un hombre que en otros tiempos fue de la línea dura, quien visita a Cuba con regularidad y ha visto avances importantes en las posibilidades de que la sociedad civil cubana pueda desprenderse de la tutela aplastante del modelo socialista de Estado, que domina todas las actividades económicas en la isla. La gran queja aquí en Miami, tanto de los congresistas que representan a varios distritos de la Florida en Washington, como de organizaciones que se empecinan en seguir con el mismo discurso de hace 50 años, es que la violación sistemática de derechos humanos ha continuado a pesar de la apertura de las embajadas, del acuerdo de vuelos comerciales directos, de transacciones bancarias en dólares de ida y vuelta, y del interés de grandes sectores comerciales estadounidenses de hacer negocios en lo que llamaban “el primer territorio libre de América Latina”.
A pesar de las apariencias, de cubanos que militan de manera apasionada en el Partido Republicano y votarían sin remordimientos por Donald Trump en una elección general porque consideran a Hillary Clinton una corrupta y a Bernie Sanders un comunista que haría con Estados Unidos lo mismo que los Castro o Chávez hicieron con sus países, a pesar de toda ese sinsentido , hay una mayoría de nativos de la isla, o de nacidos ya en este país, pero de padres o abuelos cubanos, que en definitiva desean un nuevo rumbo y tienen la esperanza de que también allá se derrumben los muros ideológicos y políticos que tanto daño han hecho a una sociedad dividida.
Ya aquí en el Condado Miami-Dade su comisión – la célula legislativa que propone, debate y aprueba leyes- sancionó una resolución para que no haya un consulado de Cuba en la capital del exilio mientras no exista “un cambio democrático en la isla y caiga la dictadura de los Castro”.
Pero esas son patadas de ahogado. De todas formas Obama será criticado hasta el final de los tiempos. Verán su viaje como una concesión más a los “sátrapas”, y nada de lo que haga allá será suficiente para aplacar el odio, el rencor y el dolor de quienes, de una manera u otra, han sufrido la persecución de un sistema autoritario.
Y como para cerrar con broche de oro, apenas despegue el Air Force One, con uno de los hombres más poderosos de la tierra abordo, aterrizarán en La Habana los exquisitos bandoleros que alguna vez fueron prohibidos en todos los rincones de ese territorio que al final no era tan libre ni tan soberano: los Rolling Stones.
Ellos llegarán con su explosión de tantas canciones que nunca se oyeron de verdad, servirán para recuperar todo ese tiempo perdido, harán también historia con un concierto gratis que se convertirá en documental de cuando streetfightingman resquebrajó la mirada fría, vigilante, del Che en la Plaza de la Revolución. No hay vuelta atrás. Mientras tanto, arrinconado en sus cuarteles de invierno, con seguridad Fidel pedirá una cobija para cubrirse las piernas porque no sabrá con certeza por qué de repente le ha dado una tembladera incontenible
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