Cuba Wants Money, Not Democracy

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Cuba quiere dinero, no democracia

La amenaza de ruina es lo que ha llevado a Castro a mirar hacia Estados Unidos, un giro que le va a impedir alegar que las cosas no funcionan en la isla por culpa de los «enemigos imperialistas»

Barack Obama ha querido significarse y, en la recta final de su mandato, ser el primero en muchas cosas. Nadie puede negarle audacia política en gestos como el que ayer lo llevó a visitar Cuba, primer viaje de un presidente norteamericano en 88 años, una iniciativa esperanzadora que, sin embargo, representa el reconocimiento explícito de que la Casa Blanca da por fracasado más de medio siglo de política respecto a la dictadura castrista. En efecto, mientras los hermanos Castro y el régimen comunista de partido único no han tenido que hacer la menor concesión, Obama ha asumido la normalización de relaciones con La Habana. Desde un punto de vista histórico, el anciano Fidel Castro ha podido asistir a un acontecimiento que supone el triunfo simbólico de su terquedad frente a la gran superpotencia, aunque haya tardado 56 años.

Tan evidente resulta que el régimen castrista no ha cambiado ni está dispuesto a cambiar en lo esencial es que ni siquiera ha intentado disimularlo: ayer, apenas unas horas antes de que el avión presidencial de Obama aterrizase en La Habana, fueron detenidas decenas de disidentes, cuyo único delito fue reclamar pacíficamente y a la salida de misa libertad y respeto a los Derechos Humanos. Hay que elogiar, al menos, el gesto valiente y noble del presidente Obama de recibir a algunos demócratas en la recién reabierta Embajada norteamericana, para que no olvide del todo los valores que defiende Estados Unidos, una práctica que debería haber sido generalizada por parte de todos dirigentes de países libres que han visitado la isla, pero que solo unos pocos –José María Aznar y Ernesto Zedillo, entre otros– se han atrevido a cumplir.

De manera simbólica, el huésped que ha precedido a Obama en el despacho de Raúl Castro ha sido el venezolano Nicolás Maduro, un tirano que prácticamente está de despedida, teniendo en cuenta la evolución política de su país. De hecho, una de las razones por las que el castrismo se empeña en hacer malabares ideológicos, transformando en su propaganda al sempiterno enemigo del norte en su nuevo socio, es porque Venezuela se está hundiendo. Aunque resucitase el mismísimo Hugo Chavez, ya no podría seguir subvencionando una economía completamente esclerotizada e improductiva como la cubana. La amenaza de ruina es lo que ha llevado a Castro a mirar hacia Estados Unidos, un giro que a partir de ahora le va a impedir alegar que las cosas no funcionan en la isla por culpa de los “enemigos imperialistas”. Es probable que la apertura del comercio y los contactos con el exterior refuercen a la clase media y debiliten a la dictadura, pero para que esto se produzca lo más importante sigue siendo apoyar a los demócratas, no a la dictadura.

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