Seguramente uno de los mayores legados del mandato de Barack Obama, cuando en enero de 2017 ceda en el Capitolio de Washington la presidencia a la persona que le suceda, habrá sido la finalización de un conflicto que ha enconado las relaciones internacionales de los siglos XX y XXI, y que incluso en una ocasión puso al mundo al borde de un conflicto nuclear. La llegada anoche a La Habana del mandatario estadounidense realza el final de más de medio siglo —exactamente 54 años— de distanciamiento entre Estados y Cuba.
Se trata de una visita de alto valor simbólico, pero también de gran importancia estratégica, tanto bilateral como latinoamericana. Obama es el primer presidente de EE UU que viaja a Cuba en visita bilateral desde la independencia de la isla de España. Hubo otro presidente, Calvin Coolidge, que hace 88 años visitó Cuba con motivo de una cumbre internacional. Lo hizo a bordo de un buque de guerra. Obama está en Cuba acompañado de su familia y en un clima absolutamente impensable hace apenas un año y medio, cuando el presidente estadounidense y el cubano, Raúl Castro, sorprendieron al mundo con el anuncio de la normalización de relaciones.
Es cierto que queda todavía un largo camino por recorrer por ambas partes. Washington debe levantar definitivamente el embargo, una medida que se demostró ineficaz para hacer caer la dictadura en la isla. Es una decisión que no depende de Obama, sino del Congreso, que a pesar de estar dominado por el partido republicano —y en año electoral— debería tener la suficiente altura de miras como para acabar con un anacronismo que daña a la población de Cuba, pero no a su Gobierno.
Por su parte, Raúl Castro tiene que impulsar avances concretos en la apertura del régimen y el respeto a los derechos humanos. La oposición debe dejar de ser perseguida y hostigada. En este sentido, resulta muy significativo el encuentro que mañana Obama mantendrá con representantes de la sociedad civil cubana, entre ellos varios opositores. El proceso de normalización de relaciones debe tener como efecto palpable un aumento de las libertades real y no simbólico. Y en ningún caso debe convertirse en un cheque en blanco para el régimen.
La estancia de Obama en Cuba es la mejor demostración de que ambos países viven un proceso irreversible de acercamiento, un mensaje claro de que las cosas no van a volver a ser lo mismo en Estados Unidos cuando se hable de Cuba. Y de que tampoco pueden seguir siendo lo mismo en la isla.
La importancia histórica de este evento se ve además resaltada por el cruce con otro hecho de extraordinaria trascendencia política que se está desarrollando en La Habana, las conversaciones de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Obama tratará con Castro de esta negociación que se encuentra ya en sus últimas fases para acabar con la guerrilla más antigua de Latinoamérica. Ambos países, Cuba y EE UU, han dado su apoyo durante décadas a los contendientes para hacer la guerra. Ahora deben ayudar a que se firme la paz.
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