El carácter histórico de la visita de Barack Obama a Cuba radica no solo en haber sido el primer presidente de Estados Unidos en llegar a la isla en 88 años sino también en la transformación que augura en la vida de los cubanos. En su encuentro con el presidente Raúl Castro quedó claro que las libertades individuales seguirán reprimidas por la dictadura, opresión que Obama sabía de antemano que no podría cambiar en su estadía de dos días, más allá del gesto simbólico del castrismo de liberar a algunos presos políticos (al paso que Raúl Castro negó la existencia de los mismos en una conferencia de prensa). Obama lo reconoció cuando dijo en La Habana que el futuro de la isla está en manos de los propios cubanos. Fueron para la tribuna, por otra parte, los reclamos de Castro de la devolución de la base de Guantánamo y del fin del embargo económico impuesto hace más de medio siglo, curso que depende del Congreso de Washington. La mayoritaria oposición republicana lo ha frenado hasta ahora y solo podrá avanzar después de la elección presidencial de noviembre si la gana la correligionaria de Obama, Hillary Clinton, y cambia la composición del Congreso.
El impacto mayor del viaje del presidente estuvo dado por su actitud conciliatoria y por los cientos de hombres de negocios estadounidenses que lo acompañaron, para empezar a invertir en turismo, la mayor industria de la isla, y en otros emprendimientos, como lo señaló el propio Obama. La expansión inversora desde Estados Unidos, hasta donde lo permite el embargo, será decisiva en el mejoramiento de las condiciones de vida de los empobrecidos cubanos y en el fortalecimiento de la economía a través de la generación de empleos y flujo de empresas y visitantes cargados de dólares. Pero seguirán ausentes las libertades individuales y el respeto de los derechos humanos.
Cuba es un caso único en América Latina. Es un país que nunca fue libre en toda su historia. Primero fue colonia española, luego vivió bajo el patrocinio de Estados Unidos desde los albores del siglo XX para pasar después a ser parte del imperio soviético en 1960, a partir del triunfo de la revolución que lideró Fidel Castro. Recién al derrumbarse la URSS la isla quedó accidentalmente dueña de su propio destino, aunque bajo una rígida dictadura. Pero sin ayuda externa y una economía hecha añicos por el fracaso del dirigismo socialista, sobrevivió en la miseria hasta que Raúl reemplazó a su enfermo hermano Fidel.
El actual presidente introdujo alguna modesta apertura hacia la iniciativa privada interna e impulsó la vital industria turística. Llegaron finalmente la decisiva intervención mediadora del papa Francisco para acercar a las partes, la buena voluntad de Obama y el realismo económico que Raúl Castro aprendió a la fuerza con el paso de los años. Esta conjunción de factores abrió el camino hacia el deshielo para que dos viejos enemigos convivan mejor pese a sus diferencias.
Cuba, imitando en parte lo que hizo China, será a partir de ahora un país más abierto a la inversión privada externa pero que mantendrá la rigidez de una dictadura comunista. Esto no cambiará por mucho tiempo, pero representa al menos un avance para un pueblo que irá ganando de a poco mayor desahogo económico aunque sin las libertades políticas que, por otra parte, la población nunca conoció. Una pizca de apertura más o menos democrática tendrá que seguir esperando por la renovación de su dirigencia y por el efecto natural de presiones futuras de una sociedad algo más próspera.
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