El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Jack Lew, anunció que el retrato de Alexander Hamilton, quien fue el primer secretario del Tesoro (1789–1795), y como tal organizó la banca y estableció el primer banco del país, no estaría en el billete de 10 dólares por más tiempo. Sin embargo, debió echar para atrás su decisión, porque el musical Hamilton, basado en el libro del historiador Ron Chernow, ha vuelto popular a este personaje histórico.
Alexander Hamilton (1755 – 1804) participó en la guerra de la Independencia, fue secretario privado de George Washington y tomó parte en la redacción de la Constitución. Es uno de los padres fundadores de Estados Unidos y algunos lo consideran el más brillante de todos.
Hamilton se destaca como uno de los gestores del sistema americano de economía política, principalmente por su contribución al debate de por qué EE. UU. debía ser una nación industrial manufacturera mediante una política proteccionista.
Por otro lado, Thomas Jefferson -cuyo retrato adorna el billete de 2 dólares-, partidario del librecambio, en oposición a Hamilton, se inclinaba por el desarrollo basado en la agricultura y ganadería, por ser actividades virtuosas para la sociedad, y no sobre la industria manufacturera, que significaba corrupción y degeneración social. La economía agraria exportadora y un gobierno débil, al igual que el esclavismo, eran defendidos por Jefferson en su texto ‘Notes on the State of Virginia’ (1785).
Hamilton -antiesclavista, a diferencia de Jefferson- sostenía en su ‘Report on the Subjet of Manufacture’ (1791) que solo sobre la base de la industria manufacturera podía hacer que una nación incrementara su riqueza. Sin embargo, dado el estado de la manufactura en EE. UU., ésta tenía que ser protegida. En caso contrario, se pondría en peligro el proceso nacional de desarrollo conjunto de la agricultura y la manufactura, como exigencia de un desarrollo armonioso.
En su ‘Report’, Hamilton escribía que la industria y la agricultura no son antagonistas sino complementarias: “Sin embargo, estos dos intereses se asisten y son amigables entre sí, hasta convertirse en uno solo. Es posible que la promoción de una manufactura en especial perjudique los intereses de los propietarios de la tierra, pero en el agregado, los intereses, tanto los de las manufacturas como los de la agricultura, están íntimamente interconectados. Precisamente, la superior estabilidad de la demanda del mercado doméstico para los excedentes agrícolas es un argumento convincente de esta verdad”.
Entre las políticas defendidas por Hamilton y la manera como se entienden hoy, entre paréntesis, según Ian Fletcher están: 1. aranceles; 2. prohibiciones a las importaciones; 3. prohibición de las exportaciones de materias primas necesarias para la industrialización que necesite la industria nacional; 4. subvenciones a la exportación, como las proporcionadas hoy por el Export-Import Bank y otros programas; 5. subvenciones para innovaciones claves, hoy en día llamadas ‘créditos fiscales para investigación y desarrollo’; 6. liberalización de las importaciones de insumos industriales, de tal manera que algún otro país pueda ser el exportador de esas materias primas mientras EE. UU. se industrializa; 7. devolución de impuestos por los aranceles que se imponen a las importaciones de materias primas; 8. premios por invención y, más importante, patentes; 9. Imposición de normas técnicas a las importaciones; 10. un sistema financiero sofisticado; 11. una buena infraestructura (‘America Was Founded as a Protectionist Nation’, huffintonpost.com, 12-9-2010).
En ese sentido, el origen de la economía política nacional listiana como crítica a la economía política inglesa de libre comercio se encuentra en el debate económico de EE. UU., donde List permaneció exiliado entre 1825 y 1831, y no en Alemania: “El padre espiritual de List es Hamilton” (Seligman).
En el libro ‘El sistema nacional de economía política’ (1841), List le augura un futuro brillante a EE. UU. y pronostica que se elevará, de la misma manera que Inglaterra, en el “curso del siguiente siglo, a un nivel de industria, riqueza y poderío que superará el nivel en que hoy se encuentra Inglaterra”. Es bueno, entonces, que Inglaterra “vaya habituándose, entre tanto, a la resignación”. Así ocurrió, e Inglaterra quedó como una potencia secundaria al servicio de los intereses geopolíticos de EE. UU. El lema de la nueva nación fue: ¡hacer lo que Inglaterra hizo, no lo que Inglaterra dice que hagamos!
La grandeza de EE. UU. se debe más a Hamilton que a Jefferson, pero la élite norteamericana, impositora del libre comercio, con tratados ventajosos, a las naciones del orbe, sigue siendo mezquina con él porque sabe que el discurso hamiltoniano es contrario a sus intereses, en manos de las naciones que buscan su propio camino hacia la industrialización y el desarrollo.
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