Al fin, tras un largo periodo de espera, Roberta Jacobson fue confirmada como embajadora de Estados Unidos en México y, como tal, enfrenta una tarea a la altura de sus enormes capacidades.
Nadie duda de las capacidades de Jacobson, reputada como la funcionaria estadunidense con mejor conocimiento de México; tampoco de su profesionalismo o de sus buenas intenciones.
Y pocos dudan de la importancia de un país para el otro, en el marco del nacimiento de una cada vez más poderosa región norteamericana que, sin embargo, todavía es contradictoriamente frágil.
Pero el trabajo no puede ser sólo de Jacobson o de su contraparte, el nuevo embajador de México en Washington, Carlos Sada.
No va a ser fácil. Como dice el refrán: “se necesitan dos para el tango”.
Lo cierto es que las relaciones entre los dos países son buenas y complementarias, en lo general. Pero las relaciones se deben cultivar y México no se cuidó de hacerlo, como demuestra la aceptación de algunos grupos a la retórica del precandidato republicano Donald Trump.
En términos reales, la imagen de México deja qué desear en Estados Unidos, y por más que la imagen estadunidense haya mejorado, en México se renuevan actitudes seudonacionalistas que tienen un blanco fácil en Estados Unidos.
En el caso de la embajadora Jacobson, con toda la simpatía que pueda tener por y para México, su trabajo principal es defender y representar los intereses de su país. Y sí, cierto, parte del trabajo del embajador estadunidense en México es informar e interpretar el país para la Casa Blanca.
Pero también hacer saber al gobierno mexicano de los intereses de Washington, y aunque creamos que sean “de dientes para afuera” o incluso hipócritas o motivados por política doméstica, esos incluyen derechos humanos, legalidad y medio ambiente.
El reto es para el gobierno mexicano. Hay un límite para lo que pueden hacer las relaciones públicas y las proyecciones de imagen.
Es cierto que se puede alegar, con razón, que no hay fórmulas milagrosas que lleven al país al edén inalcanzable que promueven las organizaciones no gubernamentales, prometen nuestras leyes y, finalmente, desmienten nuestras acciones y en especial las de nuestras autoridades.
Pero también es cierto que si bien la creciente integración social y económica ha mostrado enormes ventajas y dejado una cauda de problemas, puso también sobre la mesa la internacionalización a nivel binacional de problemas locales y nacionales.
Y eso no trabaja en favor del gobierno de México, que puede verse de repente sujeto a las exigencias y las presiones de ciudadanos con doble nacionalidad a través del sistema judicial o político estadunidense.
Jacobson lo sabe y está consciente tanto de las carencias del país como de la necesidad de fortalecer su aparato gubernamental y de justicia.
Pero por supuesto, eso puede ser interpretado como “intervencionismo”…
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