Guns, Heart and a Nation’s Identity

<--

En su mayoría los estadunidenses aman a Dios, aman la vida pero irónicamente también aman sus armas, en una contradicción que simplemente no se puede entender. ¿Cómo es que el país más poderoso, supuestamente el más democrático y avanzado del planeta, acepta masacres y tiroteos masivos como rutina? ¿Cómo fue que se convirtió en un lugar donde hay más posibilidades de morir si la gente está en la escuela o su trabajo, que en una zona de guerra?

Parece que no les importa que 20 niños hayan muerto en un escuela primaria; que doce personas más fueran asesinadas en el cine viendo Batman; que tres docenas de estudiantes perdieron la vida en una institución superior; y más recientemente, que 49 jóvenes que no le hacían daño a nadie, hayan sido masacrados en una discoteca. Horrores que sin embargo no han logrado cambiar las leyes ni los sentimientos de quienes se oponen a más control. Algo que el mismo Barack Obama ha dicho, es la mayor frustración que ha tenido como presidente.

El 12 de junio, cuando los terribles sucesos de Orlando sucedieron, habían transcurrido 164 días de 2016, pero fue la masacre número 133 del año. La decimoquinta en Florida y la cuarta sólo en esa ciudad. A nivel nacional, en estos primeros seis meses ha habido 97 días de paz, pero 76 con al menos un tiroteo masivo, término que se aplica cuando al menos cuatro personas pierden la vida.

El luto es constante y es que en Estados Unidos conviven 325 millones de personas con 310 millones de armas. De acuerdo a las cifras más recientes, existen 101 armas por cada cien ciudadanos. Así, este país encabeza la lista de naciones industrializadas donde más particulares poseen al menos una pistola. Estados Unidos tiene el 5 por ciento de la población mundial, pero tiene en manos de civiles más del 50 por ciento de todas las armas del planeta. Si vives aquí, el vecino las tiene y el de la casa que sigue también.

Quienes se oponen a mayor control y restricciones, sostienen que no son las armas las que matan, sino los hombres y esto definitivamente no es válido. Los automóviles tampoco matan a la gente, son quienes conducen mal los que lo hacen y no por eso dejaron de tomarse medidas, gracias a las cuales en la actualidad sólo se producen 1.1 muertes por cada cien millones de kilómetros recorridos en auto; mientras que en los últimos años el número de personas que han muerto por un arma de fuego es en promedio de 32 mil al año, incluyendo los suicidios.

El tipo de violencia que vemos aquí no sucede en países avanzados, al menos no con la misma frecuencia. Sin embargo ni el mandatario ni grupos de activistas han logrado hacer nada al respecto y no han podido, no sólo por culpa de los derechistas y de la poderosa Asociación Nacional del Rifle, sino porque es ésta una nación con una historia donde las armas han abundado siempre. El país fue fundado a punta de rifle, primero en la insurrección contra los invasores británicos y después ante la violencia de los colonizadores armados en el llamado Viejo Oeste. Para muchos de los estadunidenses las armas representan el corazón y la identidad de esta nación.

Adquirir un arma es fácil. Lleva sólo unos minutos. Si es en comercio establecido se llena una forma y con una llamada se checan los antecedentes penales, pero nunca el estado mental. Si la venta es entre particulares nada es necesario, das el dinero y tienes una. Todo eso debe cambiar.

Quienes se oponen lo ven como una violación al derecho constitucional de estar armados, derecho que en algunos estados, como Iowa, se extiende aún a quienes son ciegos y hasta a quienes están en las listas negras del gobierno como posibles terroristas, como fue el caso del asesino de Orlando.

En algunos estados las armas no se permiten en universidades, pero son aceptadas en primarias, jardines de niños e iglesias. Y en otras 26 entidades se permiten en cantinas y bares. Pero eso sí, en Washington son estrictamente prohibidas en el Capitolio, sede del Congreso que se niega a cambios, argumentando que pistolas y rifles dan seguridad y protección. Pero, entonces, ¿por qué no las permiten y en cambio han convertido su espacio de trabajo en uno con extremas restricciones, revisiones y detectores de metales? No las permiten porque las armas matan y no quieren ser tiroteados. Pero, ¿y los demás qué?

About this publication