El domingo, un ciudadano estadounidense de origen afgano provocó la peor matanza en un tiroteo en Estados Unidos, luego de asesinar a 49 personas y herir a otras 53 en un bar gay de Orlando. Este hecho ha puesto nuevamente en relieve las fatales consecuencias entre un laxo control de armas y el odio hacia lo que se considera diferente, ambos muy extendidos en el país del norte.
No hace falta ser un experto en materia de seguridad para saber que una matanza de tales características (similar a la que ocurrió en 2006 en la Universidad de Virginia Tech en la que murieron 27 estudiantes y cinco profesores; o a la que tuvo lugar en diciembre de 2015 en San Bernardino, California, perpetrada por un matrimonio fundamentalista que asesinó a 14 personas y dejó una veintena de heridos) solamente pudo ocurrir en Estados Unidos. Esto porque es el único país del mundo en el que un ciudadano común y silvestre puede adquirir, por apenas $us 500, un fusil de asalto capaz de disparar 30 balas en menos de un minuto, y que fue precisamente el arma que se utilizó en los tiroteos antes señalados.
A pesar de esta obviedad, increíblemente son muchos los norteamericanos dispuestos a defender su “derecho” a portar armas de guerra, que paradójicamente va en contra del derecho a la vida del resto, y a la vez no manifiestan ningún reparo en alimentar el temor y el odio hacia quienes consideran una amenaza, ora porque no encajan en el molde sexual considerado como normal, ora porque practican creencias religiosas diferentes.
El caso de Donald Trump es muy ilustrativo al respecto. A las pocas horas de ocurrida la matanza de marras, luego de que se supiese la identidad del autor, Omar Siddique Mateen (de 29 años), y sobre todo su origen, de padres afganos, el candidato republicano se congratuló porque, según él, los hechos le daban la razón respecto a sus advertencias sobre el islam (meses atrás, como parte de su campaña electoral defendió prohibir la entrada de musulmanes a EEUU, así como la necesidad de dar mayores facilidades para la venta de armas).
Además, exigió a Obama que dimitiese, reviviendo un supuesto vínculo entre el Mandatario estadounidense y el islam, que el mismo Trump había impulsado años atrás y que aún permanece en el imaginario del 43% de los republicanos. También pidió a Hillary Clinton que abandonase la campaña por no usar la palabra “islam radical” a la hora de referirse a la tragedia de Orlando.
Se trata ciertamente de una interpretación no solo irresponsable de la realidad, sino también muy peligrosa, ya que busca alimentar el temor hacia el terrorismo autóctono de corte musulmán, junto a la defensa férrea e irracional de las armas, en lugar de intentar comprender los motivos y las condiciones que hacen posible la reproducción de tiroteos sanguinarios como el que tuvo lugar la madrugada del pasado domingo.
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