“Todos los imperios y los reinos han caído, a causa de su debilidad inherente y continua, pues los fundaron hombres fuertes, sobre otros hombres fuertes. Pero esa otra cosa, la Iglesia cristiana histórica, se fundó sobre un hombre débil, y por eso es indestructible. Pues no hay cadena que sea más fuerte que el más débil de sus eslabones” . (G.K. Chesterton).
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Causa admiración y hasta un poco de lástima ver a los presentadores, comentaristas y narradores de los canales de noticias norteamericanos, tratando de comprender, dar razón o justificar el fenómeno Trump. No cabe duda que es bastante desagradable ver las declaraciones y las ruedas de prensa, del ahora candidato a la presidencia de Estados Unidos. El estilo de prepotencia y el triunfalismo desbordado, siempre causa rechazo y desconfianza en los habitantes de este lado del mundo. La retórica antisistema ha alcanzado con Trump un tono descarado y un volumen ruidoso. Parece que los encargados de dar cobertura periodística a la carrera presidencial por la Casa Blanca, captan la reacción de los telespectadores y procuran algún tipo de justificación. Es la reacción análoga de nuestro: ¿Y cómo llegamos a este punto? ¿Dónde perdimos el rumbo? Cuando no: “qué pena con ese señor”.
Son muchas las teorías que los comunicadores políticos utilizan para analizar el éxito que, hasta el momento, ha tenido el Sr. Trump. Es evidente que tanto interés actual, es consecuencia de la subestimación que sufrió la candidatura Trump al comienzo de las primarias republicanas. Aunque son muy amplios los argumentos utilizados, hay una base común que sustentan la corriente de la antipolítica y el desgaste institucional. El discurso antipartidos, es parte fundamental de esta forma de ver el liderazgo político. El desencanto por la política es lugar común entre los adeptos al empresario. La admiración por el liderazgo fuerte, independiente y práctico es otro rasgo que unifica a los seguidores del neoyorquino.
Los juicios sobre el mensaje de Trump basculan entre, si son políticamente correctos o si se identifican con las decepciones de los votantes. Como sucede en gran parte de la evaluación de una oferta electoral, hay mucho de valoración emocional, no tanto de lo que dice, sino de cómo lo dice. Muy pocos se preguntan sobre lo que calla y por qué. La retórica directa del hombre de negocios, tiene un valor supra existencial para un buen número de norteamericanos. De cualquier forma, tampoco para sus detractores importa lo que dice; sino cómo lo dice. No se puede dudar del estilo del candidato, que es bastante pesado. Sin embargo, es evidente que gusta, que tiene pegada, que es reconocido. No da lugar a la indiferencia. Además, parece que genera un sentido de lealtad, de seguimiento al que es firme en sus convicciones. No importa que esas convicciones de alguna manera contradigan una porción importante del ideario del “american dream”.
Existe una idea puente entre los seguidores de Trump y los electores de Obama: la idea del cambio. No hay duda que sumado al voto por el afroamericano, la promesa de cambio, el “Yes we can”, fue elemento aglutinador en las dos campañas de Obama. Y aunque todo el sistema establecido de seguimiento de la política en el gigante del norte no lo reconozca, uno queda con la impresión de que Obama le preparó el terreno a Trump ¿La tesis? Nadie ha trabajado más por Trump a nivel de afianzar valores y elementos de juicio, como lo ha hecho el actual presidente norteamericano.
Seguramente, a partir de la definición de la candidatura de Clinton, vendrán toda una serie de ataques y deslindes respecto al candidato republicano. Sin embargo, los hechos acumulados durante dos periodos presidenciales apuntan a que el vacío de contenidos de fondo, la gran exposición mediática y la convicción política acomodaticia son elementos que seguirán convenciendo a muchos incautos, de que el “hombre fuerte” y pragmático resulta la mejor elección. En todos los pueblos de todas las épocas, y muy especialmente en los momentos decadentes, se apela por la “tabla de salvación”. En este caso, muchos vaticinan que esa tabla no flota, sino que pesa con una densidad que puede llevar hasta el fondo, todo un sistema político.
El candidato republicano no lo tendrá nada fácil, al enfrentar a la ya veterana candidata Hillary Clinton. Mucho más, si tenemos en cuenta los niveles de rechazo que origina el discurso populista y nacionalista, entre las grandes minorías de votantes norteamericanos. Sin embargo, el terreno para su discurso ha sido abonado, por sus ahora contrincantes, durante casi una década. Ese tipo de siembra suele originar quiebres y rupturas, que ponen a prueba los sistemas y las instituciones. Nos tocará apreciar desde ahora, hasta qué punto existen reservas institucionales y morales, dentro de la política del imperio. Cambio por cambio, o débil por fuerte.
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