El virtual nominado presidencial republicano, Donald Trump, primero dijo que no sabía mucho del Brexit como para opinar, pero cuando el Reino Unido votó para separarse de la Unión Europea, de inmediato se subió en la cresta de la ola para aplaudir el paso y tratar de buscar paralelos con su lucha por ganar la Casa Blanca.
“El pueblo ha tomado su país de vuelta… y quieren sus fronteras de vuelta”, afirmó Trump.
No importa que el magnate no supo diferenciar, pues si bien Inglaterra y Gales votaron a favor de la salida, Escocia e Irlanda del Norte votaron en contra. Aun así, Trump, quien fue a inaugurar uno de sus campos de golf en Escocia, tuiteó como si todo el Reino Unido hubiese votado a favor, provocando, como siempre, una lluvia de comentarios en las redes sociales.
En las noticias, quienes votaron a favor de abandonar la Unión Europea evidenciaron un denominador común entre las causas para su decisión: molestia con la inmigración y la política sobre refugiados, con la economía, y un sentimiento nacionalista que fue bien explotado por los proponentes de la separación. Ese sentimiento nacionalista, llevado a niveles extremistas, cobró incluso la vida de la diputada laborista Jo Cox a manos de un fanático de extrema derecha que al asesinarla habría gritado “Britain First”.
El pasado viernes comenzaron a manifestarse las consecuencias del voto: el primer ministro británico, David Cameron, dimitió, los mercados bursátiles fueron golpeados, y según se adentró el fin de semana, los propios británicos comenzaron a recabar firmas para que se conduzca otro referendo.
Las consecuencias del Brexit son profundas a todos los niveles: económicas, humanitarias, militares y de seguridad en momentos en que el mundo entero está enfrascado en una lucha antiterrorista.
El proceso y muchos detalles del Brexit y nuestra elección presidencial son muy diferentes. Pero lo que es similar es que ambas campañas han explotado la ansiedad, los temores y la xenofobia para adelantar sus causas, mezclándolas con un peligroso nativismo y aislacionismo impropio de una globalización del siglo XXI.
Quienes apoyaron el Brexit allá y los que apoyan a Trump acá tienden a ser personas menos jóvenes, con menor educación y cuyos empleos y vidas se han visto afectados precisamente por la economía global y los tratados comerciales. De ahí el resentimiento hacia lo externo, y eso incluye a inmigrantes y refugiados. Otro factor a considerar son los elementos simplemente racistas que existen, independientemente del estado de la economía, que están profundamente arraigados, y que vieron en el líder del Brexit, Nigel Farage, o ven en Trump, la justificación para su xenofobia.
Otro denominador común es que votan en altas cifras.
Varias figuras republicanas vinculadas con la élite del Partido Republicano han denunciado a Trump; muchos se han negado a apoyarlo; otros han anunciado que no asistirán a la Convención Republicana en Cleveland, Ohio, el mes que viene; algunos han decidido apoyar a la virtual nominada demócrata, Hillary Clinton; o han cambiado de afiliación, como el comentarista conservador, George Will, quien declaró que el partido de Trump “no es mi partido”; o el estratega republicano hispano Lionel Sosa, quien dijo que si Trump es electo, le dice adiós a su Partido Republicano “hasta que recupere el sentido”. El republicano Sosa dijo esto sobre Trump: “En lugar de conservadurismo compasivo, nuestro nominado promueve insensibilidad, extremismo y racismo”.
El viernes pasado, el presidente Barack Obama, sin mencionar a Trump, le recordó al país que “no tenemos tiempo para charlatanes y para el odio”.
Muy cierto. Pero no hay que subestimar las señales, ni el descontento de un sector de la población, ni asumir que la razón y la cordura prevalecerán, porque el Brexit demostró que todo es posible.
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