The Obama Legacy

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Obama ha venido por fin a España, aunque con un programa recortado obligatoriamente por el terrible suceso de Dallas. Se trata de una visita largamente buscada por la diplomacia al final del calendario de un presidente que está ya de salida tras un doble mandato que pasará a la historia. Y no lo hará solo por los indudables éxitos, que han sido muchos —aunque, como es natural, también haya dejado problemas sin resolver—, sino por la coincidencia bajo su mandato de tres elementos que han marcado un fortísimo carácter a su presidencia: la cuestión racial, el contexto internacional y su carácter.

Respecto al primero, la llegada de un presidente de origen afroamericano a la Casa Blanca ya supuso solo —por sí misma, y de forma independiente a sus políticas— un parteaguas histórico. A pesar de que la cuestión racial, como han demostrado los disturbios recientes, siga estando muy presente, la presidencia de Obama acaba con el pecado original de la democracia americana: un país que se emancipó como colonia bajo el principio del gobierno bajo el consentimiento pero que a la vez practicó, primero, la esclavitud y, luego, la discriminación racial con una naturalidad incompatible con sus valores fundacionales. La llegada de Obama a la Casa Blanca es el broche que culmina la larga emancipación de la minoría afroamericana que siguió, primero, a la guerra civil y, luego, al logro de los derechos civiles en la década de los sesenta del siglo pasado.

En cuanto al segundo elemento, la presidencia de Obama no solo ha reconciliado a los estadounidenses con su historia de divisiones raciales, sino abierto la vía para una profunda reconfiguración de la posición e imagen de EE UU en el mundo. Tras el desastroso doble mandato de su predecesor, George W. Bush, que le legó un rosario de conflictos bélicos y tensiones geopolíticas, Obama ha diseñado su presidencia desde el empeño en restaurar la posición de su país como líder natural, aliado fiable y socio ejemplar. Aunque no haya sido tan exitoso como ha pretendido —en gran parte por responsabilidad de otros— si algo ha caracterizado su presidencia es el deseo de despejar cualquier atisbo de confrontación con el mundo musulmán, pero también el deseo de evitar dinámicas de guerra fría —o caliente— con Rusia, China o Irán. Como España ha podido comprobar, Estados Unidos sigue siendo, con Obama, un socio exigente, pero respetuoso y leal.

Por último, hay que destacar su excepcional carácter. Cerebral y natural a la vez, ha dado a su presidencia un tono que será difícil de replicar. Se ha situado por encima de las disputas partidistas pero sin endiosarse ni ensañarse con sus enemigos. A su vez, hay que celebrar que pese a su popularidad, nunca ha cedido a la tentación del populismo, tan común en estos días. Al contrario que otros líderes, dominados por sus egos y el mero deseo de acrecentar su poder, Obama lo ha utilizado de forma firme pero pragmática para promover aquellas políticas y valores que a su entender promovían e inspiraban un Estados Unidos mejor. Esa manera profundamente honesta de entender la política es su mejor legado.

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